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Aportes para la agenda de México durante y después de la pandemia
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La pandemia y la discriminación

 
Azyadeth Adame

Coordinadora Académica del Diplomado en Primeros Auxilios Psicológicos

para Personas Migrantes, Refugiadas y Desplazadas

@adameazya1

El brote de coronavirus es una prueba para nuestros sistemas, valores y humanidad.

Michelle Bachelet, Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

 

A pesar de que el coronavirus (COVID-19) no discrimina raza, religión, condición social y que, bajo esa lógica, se ha ido extendiendo por el mundo, sí hay una relación directa en las condiciones preexistentes de desigualdad, así como de estructuras sociales y económicas de cada nación e incluso dentro de un mismo país. Definitivamente, no es lo mismo que te contagies de COVID – 19 en Huitzuco, Guerrero que, en la zona de Santa Fe en la Ciudad de México, dos lugares apartados por menos de 200 kilómetros, pero cuyos deciles de ingreso se equiparan a países de África y Europa, respectivamente.

En últimas semanas se ha escuchado que la discriminación es la otra pandemia. Según la
Comisión Nacional de Derechos Humanos, discriminar significa seleccionar excluyendo;
esto es, dar un trato de inferioridad a personas o a grupos, a causa de su origen étnico o
nacional, religión, edad, género, opiniones, preferencias políticas y sexuales, condiciones
de salud, discapacidades, estado civil u otra causa. Por sus condiciones socioeconómicas
precedentes, las poblaciones migrantes, refugiadas o en desplazamiento forzado están en
situaciones de mayor discriminación por encima de otros grupos en situación de vulnerabilidad.

 

A raíz de la pandemia se han recrudecido diversos problemas sociales y económicos que se han sincronizado para que se escuchen más fuertemente estos nacionalismos extremadamente conservadores por parte de los Estados y una parte de la población, así como las condiciones para vulnerar todavía más sus derechos y seleccionar los pocos apoyos existentes para un sector privilegiado de la sociedad: “México para los mexicanos” o “América para los americanos”.


Una gran prueba para visibilizar estas amplias desigualdades, son los diferentes brotes de
racismo y xenofobia contra personas migrantes en tránsito y deportadas, personal de salud,
personas de origen asiático, por nombras algunas. Tales brotes se han exacerbado y manifestado en acciones que van desde ataques verbales hasta agresiones físicas. Esto se ha reforzado por una profunda desconfianza al gobierno en sus diferentes niveles. La vinculación directa entre clasismo, racismo y violencia perpetradas por las instituciones del Estado se observa en el reciente asesinato de George Floyd, muerto por asfixia causada por un agente de la policía de Minneapolis en Estados Unidos. 

Desafortunadamente el caso de Floyd no es la excepción, es solo un ejemplo de la brutalidad racial que un gran número de economías mundiales ejerce contra poblaciones que no cumplen con una imagen estética de tez blanca y “heteronormada”.

En México podemos enumerar cientos de ejemplos implícitos en cualquier área de la vida: desde las detenciones arbitrarias de indígenas como Javier González Díaz, Asunción Gómez Sánchez y Venturino Torres Escobar, presos de conciencia desde hace varios meses en el estado de Chiapas, en donde los servicios de acceso a servicios legales y de salud son negados por los propios agentes del estado que juraron resguardarlos; o está el caso de Geovanni López, albañil detenido en Jalisco supuestamente por no usar cubre bocas y cuyo cuerpo fue entregado al día siguiente a sus familiares con claros signos de tortura el pasado mayo de 2020. Han sido prominentes también las denuncias de Tenoch Huerta, actor y productor de cine, quien ha denunciado en reiteradas ocasiones que, por ser de piel morena y tener rasgos indígenas, ha sufrido discriminación y solo le ofrecen o lo contratan para papeles de “delincuentes” y “narcos”, además de que ha sido seguido por cámaras y/o servicios de seguridad para que “no se vaya a robar algo” en tiendas de conveniencia en ciertas zonas de la ciudad.

Esta clase de expresiones de racismo ejemplificadas en nuestra vida cotidiana son el pan de cada día para millones de personas, en donde el debate en la opinión pública estos últimos días en cuarentena, ha estado orientado por un lado a cuestionarnos nuestros propios racismos y más bien cómo usar nuestros privilegios (y en su caso renunciar a ellos) para protección de otras personas como fue un caso en Kentucky, en donde mujeres blancas formaron una cadena humana entre protestantes negros y la policía, usando sus privilegios blancos: como protección y refugio para proteger los cuerpos racializados de los manifestantes detrás de ellas.

Por otro lado, el anonimato (o no) de las redes sociales ha expresado de manera muy violenta los racismos interiorizados en nuestra vida cotidiana con frases como “vamos a mejorar la raza” o “el pobre es pobre porque quiere”, invisibilizando las disparidades estructurales que benefician más a una raza que a otra. Para muestra clara es suficiente retomar el estudio “Por mi raza hablará mi desigualdad”, publicado por Oxfam en 2019, que revela con datos que el racismo no es solo un mito, pues se ve reflejado de manera cotidiana en nuestra vida: una de cada tres personas con tez blanca es parte de 25% más rico del mundo, solo el 6.2 % de personas de tez morena obscura logran contar con educación superior y a ello sumamos que por el simple hecho de tener tez blanca, hay un 43% más de probabilidades de tener un empleo más prestigioso y mejor remunerado.

La realidad es que la xenofobia no es otra cosa que “el miedo al otro”, en muchísimas ocasiones transformado en odio, pensado desde la falsa idea de que unas personas son mejores que otras, desde el imaginario de personas buenas y personas malas. El COVID–19 destapa de manera muy burda y primitiva esa cloaca que es el racismo y la xenofobia, obligando a la sociedad a verse a sí misma a través de los ojos del otro. Con esa bandera, se están escudando algunos líderes mundiales como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Viktor Orbán para suprimir derechos y libertades ganados a lo largo de la lucha social y reforzando discursos xenófobos para complacencia de sus bases sociales.

Y como lo que no se nombra no existe, diría George Steiner, en este cambio de época es importante visibilizarlos para poder combatirlos, ya que del otro lado de la moneda se encuentran las miles de redes a nivel local, nacional e internacional que de manera silenciosa están siendo solidarias en todo el mundo para combatir el hambre y la desigualdad (ya lo hacían anteriormente y en la cuarentena no han parado), especialmente en estos tiempos mundialmente adversos.

Por ello, en el mes de mayo de 2020, Iniciativa Ciudadana para la Promoción de la Cultura del Diálogo, A.C., el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, la Organización Internacional para las Migraciones, la Universidad de California en Berkeley, el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), la Casa del Migrante de Tijuana, la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, el Albergue La Sagrada Familia en Apizaco, Tlaxcala, así como una veintena de instituciones más en el continente, convocamos al curso “La Pandemia y la Discriminación”, con la finalidad de hacer visible estas contradicciones, pero estar más allá de las circunstancias y prepararnos para los retos presentes y futuros recrudecidos por las múltiples crisis por el COVID–19. La necesidad de abrir este debate se vio reflejado en las más de mil 200 personas que se inscribieron para cursarlo, provenientes de 19 países de tres continentes: Europa, África y América.

Este significativo interés nos ha dado más elementos para preparar la sexta edición del Diplomado en Primeros Auxilios Psicológicos para Personas Migrantes, Refugiadas y Desplazadas que, en su versión 2020 (del 5 de agosto al 9 de diciembre), llevará como título: “Antes y durante de la pandemia: desafíos psicosociales”.

El Diplomado busca ofrecer herramientas de intervención psicosocial y compartir redes sociales, desde una visión de las comunidades y organizaciones civiles, a fin de identificar buenas prácticas y crear propuestas en la agenda pública que dignifiquen la vida y los derechos humanos. Tratando de generar sinergias para impulsar y fortalecer esfuerzos que abran la puerta a las acciones que deriven en nuevas formas para enfrentar tiempos inciertos para todos los sectores de la sociedad, pero en especial para las personas migrantes, refugiadas y desplazadas en la región.

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