top of page
2. LOS RIESGOS QUE ENGLOBA EL T-MEC PARA MÉXICO
Payan foto de AP.jpg

Foto de AP

El T-MEC como un diagnóstico y advertencia de la debilidad estructural de México

 
Tony Payan

Director del Centro para los Estados Unidos y México en el Instituto Baker de Políticas Públicas

Profesor Investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez

Introducción

Después de casi tres años de renegociación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN), el trabajo de los equipos diplomáticos a cargo de esta ha arrojado un resultado, el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC). Con el texto final en mano, toca ahora darse a la tarea de leer e interpretar no solo las líneas del T-MEC sino también sus entrelíneas; de dilucidar los motivos detrás de la revisión del TLCAN; de desentrañar el contexto global en el cual se dio la anulación de ese tratado; de aclarar el significado del tortuoso y a veces estridente proceso de renegociación; y, por supuesto, de descifrar el controvertido Protocolo de Enmienda del T-MEC, un documento anexo de última hora sacado de la manga por el jefe del equipo estadounidense, Robert E. Lighthizer, el cual sorprendió a los negociadores mexicanos, quienes lo aceptaron sin cuestionarlo. Este Protocolo es, de hecho, el más puntual indicador de lo que significa este episodio para México y su relación con EUA.

Un repaso somero a los elementos descritos revela dos cosas. La primera es que el marco que daba coherencia a la relación binacional de los últimos años—la integración económica por medio del libre comercio y la idea de Norteamérica—ya no existe. La segunda es que México se encuentra en una situación precaria a partir de tres características esenciales de su realidad evidenciadas por el propio T-MEC: 1) la alta dependencia de la economía mexicana del comercio de un solo socio—Estados Unidos, lo que hace posible la captura de México como una pieza más de un juego geoestratégico de nivel global; 2) la debilidad estructural de la posición económica de México en el escenario mundial, en parte pero no solamente por la relación unidimensional con su vecino del norte; y 3) la incapacidad de gestión política y diplomática del país y de su gobierno para escapar el meandro en donde se encuentra.

El episodio de la renegociación del TLCAN y el resultante T-MEC demuestra el fin de una era y el comienzo de otra y dejan de manifiesto que México se halla en una posición de alto riesgo, con una soberanía trastocada. Estos cambios estructurales representan de hecho la más alta amenaza estratégica al país en la tercera década del siglo XXI.

Ahora bien, para ser justos, la frágil posición de México y su insolvencia política y diplomática, son producto de una estrategia comercial mal concebida y ejecutada, y no son nuevas. La condición en que se encuentra el país hoy es producto de casi treinta años de una ruta de desarrollo deliberadamente monótona y con pocas consideraciones en pro del interés nacional. El TLCAN, sin embargo, escondía esta condición de dependencia, de debilidad estructural, y de insolvencia política y diplomática bajo una investidura retórica internacionalista y bajo las pretensiones de una plataforma norteamericana compuesta de tres socios comerciales en condiciones de igualdad. El T-MEC desnuda la realidad inveteradamente, en parte gracias al burdo nacionalismo de Trump y sus francas y transparentes intenciones. En este sentido, el episodio de la renegociación nos deja lecciones claras sobre la condición geoestratégica crítica de México y los grandes pendientes nacionales.

La Quimera del Libre Comercio

La primera lectura del proceso de renegociación es que el libre comercio no existe y realmente nunca existió. Estos 25 años del TLCAN solo alimentaron una quimera. Lo que existe es el comercio administrado. Esta observación no es trivial. Todos los flujos comerciales internacionales se gestionan y luego se administran, pero raramente en pro de una libertad comercial real. Más bien, los flujos comerciales se administran dentro de ciertos canales y por ciertos conductos para beneficiar a ciertos actores, generalmente las grandes empresas que pueden insertarse eficientemente en ellos. Además, la mayor parte de los tratados comerciales siguen siendo desiguales, quizás no en su letra, pero sí en su espíritu cuando estos se concluyen entre economías de enorme desigualdad en su desarrollo. En otras palabras, el libre comercio es para los fuertes—empresas o países, pero no para los débiles—pequeños negocios o países en desventaja en su desarrollo. En este sentido, el comercio no es nunca libre, sino que se da precisamente para abonar los intereses del socio más fuerte.

Las acciones del presidente Donald J. Trump han dejado esto al descubierto. La claridad de la intencionalidad de las guerras comerciales emprendidas por el presidente de los Estados Unidos es por demás ilustrativa. La eliminación del TLCAN, así como otras relaciones comerciales de Estados Unidos, evidencia que el comercio es un terreno de alta competencia por la adquisición y preservación de hegemonías económicas—con las que viene el poderío político, diplomático y militar. Vistos desde el trumpismo, los tratados comerciales son claramente una herramienta para escoger ganadores y perdedores, para fortalecer y debilitar, para recompensar y castigar, para incluir y excluir, para crear o amplificar dependencias y vulnerabilidades. El presidente Trump no ha sido más que transparente en el uso del comercio como lo que siempre ha sido: Un instrumento de la geopolítica en los más altos niveles.

Analizado de esta manera, se puede entonces argumentar que el TLCAN dejó a México en una posición excesivamente dependiente de un solo socio y estructuralmente vulnerable, e impidió desarrollar las capacidades políticas y diplomáticas del país para generar canales de gestión en base a sus propios intereses—algo que quedó oculto bajo el manto de un partenariato norteamericano supuestamente igualitario y de una integración económica mutuamente benéfica. En realidad, es por el jalón gravitacional del TLCAN que el país no ha podido diversificar sus relaciones comerciales.

Analizado de esta manera, se puede entonces argumentar que el TLCAN dejó a México en una posición excesivamente dependiente de un solo socio y estructuralmente vulnerable, e impidió desarrollar las capacidades políticas y diplomáticas del país para generar canales de gestión en base a sus propios intereses—algo que quedó oculto bajo el manto de un partenariato norteamericano supuestamente igualitario y de una integración económica mutuamente benéfica. En realidad, es por el jalón gravitacional del TLCAN que el país no ha podido diversificar sus relaciones comerciales.

El T-MEC no presume de las bondades del comercio. Al contrario, desnuda las verdaderas intenciones del comercio. Como tal, el nuevo acuerdo reafirma la posición de México como un país dependiente, vulnerable, e incapaz de resistir presiones sobre sus propios intereses. En el T-MEC, México se convierte en un peón en un juego de ajedrez de alta competencia geopolítica. La prueba más importante de esto es la llamada “Cláusula China” (Artículo 32.10), la cual, sin mencionar a ese país asiático, hoy disminuye las probabilidades de que México pueda concluir sus propios acuerdos comerciales con esa nación sin la amenaza de atraer la ira de Washington—la amenaza de la retirada de Estados Unidos del T-MEC si la Casa Blanca no aprueba. El artículo esconde un poder de veto de Washington sobre un acuerdo comercial de México con un país sin una economía de mercado.

La Disolución de Norteamérica

Un segundo punto importante que hay que anotar es el revisionismo geoestratégico contenido en el T-MEC. Como ya se mencionó, el TLCAN, aunque fuese un tratado de comercio que puso a muchos sectores de México en franca desventaja, contenía por lo menos toda la retórica de ser un tratado entre iguales, entre socios, con una visión de Norteamérica como una plataforma internacional capaz de competir con Europa y que estratégicamente se anticipaba a una Europa potencialmente fuerte y a un continente asiático resurgente. El T-MEC queda vacío de esa visión. Es un acuerdo entre tres países, supuestamente cada uno priorizando su soberanía, pero, fundamentalmente, uno imponiendo sus prioridades geoestratégicas por la vía comercial sobre los otros.

El T-MEC extingue la posibilidad de una visión norteamericana. De esta manera, el nuevo tratado visualiza el comercio como un juego estratégico en donde el más fuerte saca provechos sin excusas y sin miramientos, al desnudo. En este contexto, México es, otra vez, pero ahora abiertamente, un peón en un juego de alto nivel mundial y el T-MEC es un instrumento que debe, necesariamente, abonar a la capacidad de Estados Unidos de triunfar en la contienda geoestratégica vis-à-vis Asia. Robert A. Pastor, el autor del libro The Idea of North America, deberá estar revolviéndose en su tumba. La idea era ya cuestionable cuando Pastor disertó sobre Norteamérica. Hoy es algo inimaginable.

Así pues, el T-MEC, ya sin las vestiduras del TLCAN, obedece a una visión geoestratégica de Estados Unidos, en la cual se posiciona a México ahora más franca y abiertamente como un satélite. De manera no tan sutil, se deja en claro que el país no es libre de trazar su propia ruta para su desarrollo económico y ahora ni siquiera enteramente libre de concluir acuerdos comerciales a voluntad propia con países no ideológicamente autorizados por Washington—aunque la realidad geográfica se impone, puesto que México ha celebrado muchos otros acuerdos sin que estos hayan podido tener un efecto real sobre la diversificación de sus relaciones comerciales. Al final, el papel de México parece ser el de un acompañamiento dependiente de la economía de los Estados Unidos en un juego que escapa su nivel de acción en la palestra global. Esta realidad fue entendida y asumida dócilmente hasta por el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador que al principio se antojaba mucho más nacionalista que los anteriores.

Ni la quimera del libre comercio, ni la muerte de la idea de Norteamérica, ni la captura de la voluntad nacional mexicana por la vía comercial se examinan a partir de juicios morales. Son lo que son: Hechos contundentes de la realidad de México en una nueva era mundial. Lo que sí se pretende decir es que el modelo económico mexicano ha descuidado y sigue descuidando, voluntaria e involuntariamente, la posibilidad de ejercer instrumentos de política pública en materia de desarrollo para el reforzamiento de la posición estructural de México—dígase, por ejemplo, para el fortalecimiento del mercado nacional—y así poder en un futuro imponer condiciones comerciales más amenas al interés nacional y neutralizar su debilidad estructural tanto en su vecindario como en la económica global. Lo que no se puede pretender es que se negocia desde una postura de igualdad. De hecho, al concluir el proceso de renegociación es evidente que el trabajo del Dr. Jesús Seade, el jefe de la delegación mexicana que negoció el T-MEC, fue siempre el de tratar de salvar lo que pudiera salvarse. Nunca se advirtió la posibilidad de avanzar con base en los intereses mexicanos.

El Protocolo de Enmienda: Símbolo de la Posición de México

En esta sección se examina el significado del Protocolo de Enmienda al T-MEC, fundamentalmente por su centralidad en ilustrar el argumento de este texto. De hecho, en ningún punto de este episodio quedó tan obviada la dependencia, la vulnerabilidad y la incapacidad de México para defender sus intereses que en el llamado Protocolo de Enmienda al T-MEC. Veamos porqué.

Aunque el Protocolo modifica muy poco las secciones sobre el medio ambiente y los mecanismos para la resolución de disputas comerciales, la sección más notable de este es aquella titulada Anexo 31-A “Mecanismo Laboral de Respuesta Rápida en Instalaciones Específicas”. Este anexo permite a los Estados Unidos designar inspectores laborales, los cuales deberán tener acceso a las fábricas mexicanas con la finalidad de verificar que México está cumpliendo con sus compromisos legales en materia laboral—por ejemplo, mayores salarios para quienes laboran para la industria automotriz. Pero este anexo no obedece a una preocupación genuina por las condiciones laborales del trabajador mexicano, sino a una agenda política del presidente Trump: Reducir la competitividad de la fuerza laboral mexicana ante la estadounidense.

Esto no quiere decir que la política laboral de México sea buena o deseable; se pretende argumentar que lo último que le importa al gobierno de los Estados Unidos son los salarios y las condiciones laborales del trabajador mexicano. El Protocolo de Enmienda no busca justicia para los trabajadores, sino reducir la competitividad de México, sin reducir su dependencia, pero para abonar a los propósitos geopolíticos y hasta los objetivos electorales del presidente de los Estados Unidos.

El contenido del Protocolo de Enmienda es menos embarazoso que la forma en que se acordó. El gobierno mexicano no comprendió los términos del Protocolo hasta después de haberlo aprobado. Así pues, el episodio del Protocolo de Enmienda revela una injerencia a la cual México no pudo ni supo resistirse, demostrando su incapacidad de trazar una ruta para sus propios intereses. Visto desde Washington, esto fue un acierto. Visto desde la Ciudad de México, esto parece más bien una incapacidad de resistir las exigencias de Estados Unidos y de resolver un tema en favor del interés nacional. Así pues, si la llamada Cláusula China aísla a México aún más en la palestra mundial, la cláusula 31-A descubre la incapacidad del gobierno mexicano de ser asertivo para con sus propios intereses.

Cabe también agregar que esto es, además, una injerencia en la manera en que México gobierna sus relaciones laborales, pero también en detrimento de una aplicación selectiva de la justicia laboral mexicana. De por sí, en México el sindicalismo ha trabajado generalmente en beneficio de sus líderes, para los propósitos políticos del gobierno, y a favor del sector patronal. El Protocolo viene a favorecer a aquellos trabajadores insertados en las industrias de exportación, dándoles un recurso del cual se priva a aquellos trabajadores que no laboran en tales industrias. Estos seguirán en manos de líderes sin escrúpulos, susceptibles de la manipulación por parte del gobierno, y abiertos a la explotación del sector patronal. Es decir, una verdadera reforma laboral es necesaria, pero no de manera selectiva en donde solo las disputas que “perjudiquen” a los trabajadores de Estados Unidos puedan ser atendidas mediante una abierta intervención de carácter injerencista. Lo que México requiere es una reforma laboral que amplíe los derechos en muchos sentidos y para todos.

Finalmente, su inesperada revelación y su aceptación a ciegas por parte del gobierno de México causó un gran revuelo entre los críticos de la administración del presidente López Obrador, no sólo por el azoro de ver a un presidente incapaz de conducir una defensa de la soberanía sobre la gobernanza de los mercados laborales (independientemente de su visión justa o injusta para con los mismos) sino por la manera tan burda en que el protocolo le fue impuesto al gobierno mexicano. El Protocolo dejó de manifiesto una enorme incapacidad de entender la posición estructural de México y de sopesar sus opciones. El Protocolo fue aceptado prácticamente sin prever las consecuencias del mismo. En este sentido, el gobierno mexicano mostró un grado de ineptitud expansivo. Y esto no implica que México hubiera podido escapar a la aceptación del Protocolo, pero la forma en que sucedió su revelación y aceptación dejaron al descubierto la enorme improvisación y sometimiento del gobierno mexicano, el cual evidentemente nunca pudo accionar y siempre jugó un juego defensivo—salvar lo que pudiera salvarse.

Conclusión

El T-MEC no es necesariamente mejor que el TLCAN en su contenido. Agrega algunos capítulos, amplía otros, y honestamente es peor en aquellos puntos en los que el presidente Trump exhibió fijaciones ideológicas y políticas. Así pues, el T-MEC es un acuerdo que puede resultar en la modernización de aspectos importantes que requerían revisión, tales como la propiedad intelectual y el comercio electrónico. Sin embargo, el logro central del acuerdo es que da mayor certidumbre a los decisores en materia de inversión en ambos países—con dos asegunes. El primero es que la incertidumbre que la administración de López Obrador inserta al ambiente nacional de negocios pudiera neutralizar la certidumbre que el T-MEC crea, resultando en un empate. El segundo es que el T-MEC muestra la urgencia de que México busque una solución a su condición de dependencia, debilidad, e incapacidad de acción autónoma. El T-MEC no puede sustituir al TLCAN como estrategia de desarrollo. El país debe buscar su propia ruta, de la cual el T-MEC es un diagnóstico y una advertencia.

Danos tu opinión
¡Clasifícanos!Bastante malNo tan bienBienMuy bienImpresionante¡Clasifícanos!

¡Gracias por tu mensaje!

bottom of page