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1. COMERCIO Y MIGRACIÓN
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 Foto de Paul Ratje/AFP

Negociaciones, enlaces, y asimetrías: Un desacierto llamado Ebrard

 
Tony Payan

Director, Centro México del Instituto Baker de Políticas Públicas de la Universidad Rice y Profesor Investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez

En un mundo ideal, en una negociación, la consideración simultánea de dos temas aparentemente no relacionados es una estrategia que incrementa la probabilidad de que se llegue expeditamente a un acuerdo y que amplía el compromiso de las dos partes hacia el mismo. Esto se logra porque la estrategia permite que una de las partes se resigne a perder terreno en un tema si gana terreno en el otro. A esta estrategia en el mundo de las negociaciones se le conoce como “enlace” o “vinculación” de temas. El enlace o vinculación de dos (o más) temas distintos en una sola dinámica de intercambio es una estrategia de enorme utilidad porque permite flexibilizar posturas cuando ya no hay una resolución aparente en un toma-y-daca entre dos partes sobre un tema único. A primera vista, esta pareciera ser el tipo de negociación que se dio entre México y Estados Unidos sobre el tema migratorio y comercial en junio de 2019, cuando México logró evitar la imposición de aranceles a cambio de una política migratoria más en sintonía con la de Estados Unidos. En este artículo, sin embargo, se argumenta que examinar el acuerdo migratorio entre los dos países a través del lente del enlace o vinculación de temas revela que el presidente Trump sometió a México a sus aspiraciones sin dar nada a cambio y logró que México comprometiera sus propios principios e intereses a favor de la Casa Blanca—además de autoposicionarse en una situación de vulnerabilidad diplomática hacia el futuro. Veamos por qué.

La estrategia con que Trump sometió a México: el aparente enlace comercio-migración

La primera semana de junio de 2019, el canciller mexicano Marcelo Ebrard y el secretario de Estado de Estados Unidos, Michael Pompeo, se dieron a la tarea de negociar un acuerdo bilateral sobre el tema de la transmigración por México hacia los Estados Unidos—específicamente sobre los migrantes que buscan conseguir asilo en los Estados Unidos y que habían estado llegando a la frontera entre los dos países por decenas de miles en los meses anteriores. Implícitamente, en esta negociación iba enlazada o vinculada con el tema migratorio la cuestión del libre comercio entre los dos países.

Ahora bien, y para ser exactos, el tema del comercio binacional no fue un componente palmario de las negociaciones entre Ebrard y Pompeo y no se menciona en el acuerdo migratorio. Sin embargo, la negociación sobre el tema migratorio inició precisamente porque el presidente Donald J. Trump amenazó con imponer aranceles sobre las importaciones mexicanas y, por ende, poner en riesgo el recientemente negociado Tratado Comercial México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC) si la administración del presidente Manuel López Obrador no endurecía su política migratoria de acuerdo a ciertas líneas promovidas por la Casa Blanca—fundamentalmente, denegar la posibilidad de que quienes buscan asilo puedan acceder a ese país y que, de preferencia, se queden en México. En efecto, fue el presidente Trump quien enlazó los dos temas y el presidente mexicano y el canciller aceptaron sin pensarlo este enlace y negociaron con base en su existencia. Al final, México aceptó seguir endureciendo su política migratoria de acuerdo con los deseos de Washington a cambio, explícitamente, de no imponer aranceles e, implícitamente, de la promesa de la Casa Blanca de seguir impulsando el T-MEC en Washington.

A primera vista, tomando en cuenta el meollo sustantivo de la negociación y el contenido de la amenaza de la Casa Blanca, la estrategia del enlace de temas es lo que pareciera haber sido la ruta para la negociación. El gobierno mexicano ciertamente promocionó el resultado final como un éxito—se “evitaron” las sanciones arancelarias a cambio de un recrudecimiento de la política migratoria. Así pues, Estados Unidos obtenía una política dura hacia los migrantes por parte del gobierno mexicano, mientras este evadía los aranceles y garantizaba que no se detuviera el esfuerzo de la administración Trump para que se eventualmente se apruebe el T-MEC en los Estados Unidos. Es decir, para Ebrard, ambos países “ganaron”—el resultado fue un ganar-ganar. Los costos finalmente—los derechos humanos de los migrantes, la libertad de paso, el gasto para México de detener y deportar a los migrantes, etc., fueron considerados como un buen precio para evitar las penalidades amenazadas.

La realidad es que un análisis de la negociación Ebrard-Pompeo y el acuerdo que produjeron bajo la lupa de la dinámica del enlace de temas muestra que el resultado es enormemente negativo para México, en muchas dimensiones. Es decir, México pierde terreno no solo en ambos temas—migración y comercio—sino que también pierde toda posibilidad de negociar desde una posición de fortaleza alguna o mínima simetría de poder en el futuro.

En efecto, el origen del conflicto, la negociación, y el resultado de la misma exhiben a México como un país altamente vulnerable al acoso político y diplomático de la Casa Blanca. El resultado, como alguien lo dijo, es que desde el momento en que se concluye el acuerdo, el gobierno mexicano se colocó en un plano en el cual cuelga sobre su cabeza permanentemente la espada de Damocles.

Cadena de desaciertos de México antes de la firma del acuerdo

Ab initio, hubo varios problemas de mucho fondo que debieron haberse advertido y examinado cuidadosamente por la cancillería mexicana desde el momento en que surge la “crisis de la amenaza de los aranceles”—algo que evidentemente no fue así. Incluso, los diplomáticos mexicanos se desplazaron a Washington, prestos a negociar, no sólo sin haber hecho un examen profundo de las implicaciones de esa decisión y un desglose de sus exigencias previas sino que ni Trump ni Pompeo se encontraban en Washington y los mexicanos se vieron obligados a esperar a que regresaran para recibirlos. A partir de este primer error, el pánico y la prisa de negociar, comenzó una serie de desaciertos que a la larga tendrán un efecto negativo en la capacidad de México de transmitir y asegurar sus intereses vis-á-vis Washington, por lo menos bajo lo que resta de la administración Trump, ya sean un año y medio o cinco y medio si éste es reelecto en noviembre del 2020. Veamos algunos de esos efectos.

Primero, la administración lopezobradorista—y el canciller Ebrard—debió haber entendido que la crisis fue enteramente manufacturada por el presidente Trump, quien siempre ha mostrado una preferencia por el bullying diplomático. La amenaza de imponer aranceles sobre México fue en efecto un ejemplo paradigmático de esa preferencia. Sin analizar otros casos similares, tales como China, Irán, la Unión Europea, Canadá, e incluso los Demócratas durante el conflicto presupuestario de finales de 2018 y principios de 2019, el canciller Ebrard tomó un vuelo a Washington, con una prisa y una presteza para negociar una negatividad—es decir, un acto de intimidación, de tal manera que se mostró inmediatamente una desesperación por concluir un acuerdo satisfactorio, no a México sino a la Casa Blanca. Se negoció, pues, a partir de una amenaza y no de un desacuerdo genuino sobre un tema tomando en cuenta los intereses de las dos partes. Desde ese momento, la administración Trump se percató de la imperiosidad del gobierno mexicano de hacer concesiones de acuerdo a sus deseos. Para la Casa Blanca, quedó claro pues que el acuerdo siempre iba a aterrizar en un punto, en mayor o menor grado, bajo los términos y condiciones de Trump.

Muchos analistas habíamos estimado que Washington, bajo presión de la comunidad empresarial estadounidense, de todas maneras no hubiera impuesto tales aranceles si México hubiera simplemente propuesto una tabla de negociación sobre semanas o incluso meses y determinado una serie de demandas para satisfacer también los intereses mexicanos. El apuro de negociar, casi a toda costa, fue inmediatamente utilizado por la Casa Blanca para imponer un acuerdo que finalmente transforma a México en un brazo ejecutor de una política migratoria fundamentalmente estadounidense sin concesión alguna para México en un tema u otro. Lo que México gana es, por definición, algo que no existía y que Trump manufactura para imponer su política sobre el país.

Segundo, México actuó bajo coacción, es decir, cedió a una amenaza de la Casa Blanca. Y la respuesta de la administración lopezobradorista fue tan condescendiente que el resultado, finalmente, es haber mostrado el talón de Aquiles mexicano o, dicho de otra manera, la vulnerabilidad de México al bullying diplomático de Trump. Esto además significa que México se coloca, casi por default, en una postura de inferioridad—ávido de rescatar su posición comercial con Estados Unidos, incluso a costa de convertirse en un instrumento de implementación de la política pública de los Estados Unidos.

En este sentido, la diplomacia mexicana se comportó exactamente como se ha hecho anteriormente con el tema de la guerra contra las drogas—una postura político-diplomática que el presidente López Obrador ha criticado ampliamente en el pasado. De cualquier manera, el problema es que ya no se podrá negociar desde una postura de igualdad—por lo menos en teoría—puesto que la Casa Blanca ahora entiende que con México basta una amenaza para que el gobierno acuda prestamente a negociar no sus intereses positivos (qué quiere o necesita el país), sino sus intereses negativos (que no lo castiguen). En este sentido, se reafirma la posición asimétrica entre los dos países, ya que la naturaleza de la negociación implica que México ha cedido terreno, no solo en un tema o dos, sino en su capacidad de fijar una postura basada fundamentalmente en sus intereses en el futuro.

Tercero, lo ganado es manifiestamente temporal. Aunque México haya evitado la imposición de aranceles por el momento, la urgencia de evitarlos dejó expuesto el meollo de su postura y abierta la posibilidad de que el país sea amenazado de nuevo en el futuro con aranceles si la Casa Blanca lo desea. Aun cuando se logre aprobar el T-MEC, este no garantiza que el nivel de certidumbre en la relación comercial sea trastocado nuevamente o que Washington en el futuro desista de imponer aranceles por otras razones. El principio de seguridad nacional en Estados Unidos se ha convertido en el arma más potente del Ejecutivo para quebrantar incluso los acuerdos más férreos a los cuales ese país se haya comprometido en el futuro. Y Trump, en particular, ha mostrado una capacidad extraordinaria de ignorar los acuerdos formales a favor de su método predilecto, el bullying diplomático. En este sentido, el haber cedido ante Trump ha puesto a México en un estado de mayor sometimiento e incertidumbre que el haber impuesto términos de negociación que pusieran a prueba la inquebrantabilidad de la decisión trumpiana de imponer aranceles o incluso de posponer la aprobación del T-MEC.

Cuarto, el gobierno mexicano comprometió elementos importantes en el acuerdo, elementos que tienen implicaciones para la solvencia del gobierno lopezobradorista de apegarse a los compromisos en materia de derechos humanos y de seguridad en México, a cambio solamente de evitar ser castigado por el vecino del norte. En el primer plano, el gobierno de México casi se compromete a violar los derechos humanos y legales de los migrantes, incluyendo su derecho a migrar, transitar por el territorio mexicano, apelar al debido proceso, y egresar hacia los Estados Unidos en busca de asilo. En todo esto hay implícita una serie de violaciones a la libertad humana y la legalidad que hasta este momento el gobierno mexicano no ha tenido empacho en implementar. En el segundo plano, designar 27,000 elementos de la nueva Guardia Nacional para tareas migratorias—efectivamente funcionando como una Patrulla Fronteriza complementaria de los esfuerzos de las agencias gubernamentales de los Estados Unidos, distrae de la ya cuestionable capacidad del gobierno mexicano de hacerle frente al creciente problema de inseguridad que experimenta el país. La ola de violencia y delincuencia en México y la construcción de instituciones capaces de hacerle frente quedan pospuestas para otro momento, gracias al afán de demostrarle a Estados Unidos que México está cumpliendo con los rubros de un acuerdo negociado desde una postura de debilidad y que finalmente no resuelve el tema central—las fuerzas que generan la migración hacia los Estados Unidos. Es incluso pertinente afirmar que los transmigrantes recurrirán a la delincuencia organizada para sortear la vigilancia en México y llegar hasta los Estados Unidos.

Así pues, el resultado de haber permitido que la Casa Blanca, bajo amenaza, enlazara el tema migratorio y el tema comercial y el haberse apresurado a negociar no para afirmar ciertos principios e intereses mutuos, sino para evitar un castigo, pone a México en una posición decididamente inferior en el futuro y reafirma su vulnerabilidad ante el bullying diplomático. No hay ganancias mutuas. Al final, Estados Unidos gana; México renuncia a su capacidad de articular sus intereses ante la Casa Blanca; y el país renuncia a sus compromisos internacionales por evitar una sanción que no se desvanece permanentemente, sino que pudiera ser utilizada una y otra vez en su contra en cualquier momento.

Así pues, el resultado de haber permitido que la Casa Blanca, bajo amenaza, enlazara el tema migratorio y el tema comercial y el haberse apresurado a negociar no para afirmar ciertos principios e intereses mutuos, sino para evitar un castigo, pone a México en una posición decididamente inferior en el futuro y reafirma su vulnerabilidad ante el bullying diplomático. No hay ganancias mutuas. Al final, Estados Unidos gana; México renuncia a su capacidad de articular sus intereses ante la Casa Blanca; y el país renuncia a sus compromisos internacionales por evitar una sanción que no se desvanece permanentemente, sino que pudiera ser utilizada una y otra vez en su contra en cualquier momento.

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