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1. Combate a la corrupción: institucionalidad y papel ciudadano
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10 tuits (algunos de más de 280 caracteres) para entender quiénes se resisten al Sistema Nacional

Anticorrupción

 
Eduardo Bohórquez

Twitter: @ebohorquez 

Director de Transparencia Mexicana

 

 

 1. Todos coincidimos en que la corrupción es el problema, pero no todos los políticos/empresarios quieren que se resuelva. Ningún político o empresario afirma estar a favor de la corrupción. Todos dicen estar en su contra. Incluso quienes han sido acusados por malos manejos se oponen en público a ella. Pero no todos buscan enfrentarla. La mayor parte de los políticos, sin distingo de partido, conviven con ella justificando que sin la corrupción no podrían gobernar, ni dar estabilidad política al país. Hay quienes incluso argumentan que sus oponentes, los de derecha extrema o los de izquierda radical, los otros, llegarían al poder si ellos no se corrompieran durante las elecciones. Muy pocos políticos saben hacer política sin corrupción. Y un número importante de empresarios no pueden —y algunos no saben— hacer negocios sin ella.

 2. La corrupción es el problema raíz y el síntoma de un pacto social roto. Como toda epidemia, la corrupción es, al mismo tiempo, la raíz de otros problemas sociales (desigualdad, pobreza, pobre calidad en los servicios públicos), pero también síntoma (del clientelismo político, del financiamiento ilegal de la política, de un débil sistema de justicia). Entender la corrupción es diferente a enfrentarla. No todos los especialistas del cáncer son oncólogos o buenos oncólogos. Enfrentar una pandemia de este tipo (multifactorial y multiefecto) requiere entender que los síntomas no son la enfermedad y que la enfermedad no se resuelve solo preocupándonos por ella o estudiándola.

3. Un problema sistémico requiere un enfoque sistémico. No es una casualidad que en los últimos años se empezaran a crear sistemas y no solo instituciones. Cuando concentramos toda la atención de un problema a una sola dependencia, descubrimos que siempre se requiere articular a otras partes del Estado: lo mismo si se trata de desigualdad que si hablamos de corrupción o impunidad.

 4. El Sistema Nacional Anticorrupción (SNA) no es la solución; el cambio de enfoque en anticorrupción, sí.- Hoy suena casi ridículo, pero por años nuestro gobierno pensó (o dijo) que haciendo auditorías se resolvería el problema de la corrupción. O dando civismo en las escuelas. Las epidemias no se controlan solo haciendo pruebas o dando cursos. Se necesita un conjunto de acciones coordinadas entre distintos actores, públicos y privados, para ir dando solución a un problema que parece complejo, pero que en realidad solo es confuso.

 5. ¿Quién teme al SNA?. El principal enemigo del SNA es el funcionario o político que no está haciendo lo que le toca. Sabe bien que el sistema anticorrupción revelará que sus auditorías no detectaron nada, que sus denuncias están mal presentadas, que no cobra las multas que anuncia con bombo y platillo. Los enemigos del SNA son quienes tenían que hacer algo y miraron a otro lado, o quienes intencionalmente dejaron de hacer algo, porque son parte de una red de corrupción e impunidad.

 6. ¿Son los ciudadanos en los comités de participación la solución al problema? Hay buenos ciudadanos, como hay buenos empresarios o políticos o líderes. Pero no es suficiente ser ciudadano para controlar la corrupción. Se necesita estrategia, método, foco. Se necesita entender que quienes buscan controlar el problema enfrentarán redes de corrupción que, a su vez, tienen redes que les brindan protección política. Lo que sí resuelve la participación ciudadana, dentro y fuera de los comités, es sumar, multiplicar, las mentes y las voces que buscan enfrentar el problema. La corrupción funciona especialmente bien en sociedades apáticas y alejadas de lo  público. La presencia cívica la complica.

 7. ¿Funciona el Sistema Nacional Anticorrupción? No. Las instituciones que deberían estar preocupadas por ello están más preocupadas porque no sea evidente que no están haciendo su tarea.

La mayor parte de ellas no quieren coordinarse para dar resultados, porque muy pocas veces han dado resultados y, en un sistema desarticulado, fragmentado, eso no se nota. Sus informes de actividades son vastísimas listas de actividades que en muchos casos no llevan a ninguna parte. Para que un sistema funcione, cada quien tiene que hacer lo que le toca y el conjunto medir bien sus resultados: Función Pública, Auditoría Superior, los magistrados administrativos y los jueces en materia penal. Y cada quien debe ser evaluado por lo que le toca hacer: prevenir, detectar, sancionar, recuperar activos, reparar daños a las víctimas.

 8. ¿Cómo saber si funciona un sistema anticorrupción? El SNA es un medio, no un fin en sí mismo. Y su objetivo es controlar las redes de corrupción que se han apoderado de las decisiones públicas de un país. En tanto no haya redes desmanteladas, bienes o activos recuperados y reparación de daño a las víctimas, que son muchas, no está funcionado.

 9. ¿Es un mito la prevención de la corrupción? No. La prevención es necesaria, pero la mejor forma de prevenirla es evitando que la impunidad florezca. La mayor parte de la literatura académica muestra que sin sanción efectiva, la prevención no basta. La prevención evita el riesgo de contagio de una enfermedad y es fundamental. Pero un sistema anticorrupción, como uno de salud, tiene que tener un balance entre prevención y tratamiento.

 10. Vamos en buen camino. Quienes creemos que controlar la corrupción es posible hemos tomado prestada una enseñanza de las ciencias de la complejidad. Para enfrentar un fenómeno complejo, es necesario cuantificar, predecir y entonces sí, controlar. Hoy entendemos mejor dónde está la corrupción y también dónde es más dañina. Y también empezamos a predecir su comportamiento: en el manejo de flujos de efectivo en gobiernos, durante periodos electorales, en las licitaciones de emergencia. Sabemos más, la cuantificamos mejor y podemos identificar su trayectoria. México está en posibilidad de empezar a controlarla, si decidimos hacerlo. Y ahí, en la decisión, está el verdadero problema de la corrupción y la impunidad. Nadie se pone a dieta por gusto. La clase política, aún menos.

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