top of page
3. FRONTERAS, POLÍTICAS MIGRATORIAS Y CRISIS HUMANITARIAS (MÉXICO Y EUROPA)
Campani.png

Trabajadoras de hospitales públicos protestan contra la austeridad en Atenas, Grecia. 2017. Foto de Georgiou Nikolas/ABACA/ABACA/PA Images.

La crisis migratoria en la Unión Europea: populismo, economía neoliberal y posdemocracia

 
Giovanna Campani

Profesora de Antropología Cultural, Universidad de Florencia (Italia)

Introducción

 

Este artículo analiza el impacto político de la crisis migratoria en la Unión  Europea tanto a nivel de las relaciones entre los Estados miembros como a nivel nacional (reflejado en el éxito electoral de los partidos populistas y crecimiento de  xenofobia y racismo), considerando los procesos de globalización y las fallas en la construcción europea. Este ha sido un proceso por compartir la soberanía nacional que ha fracasado en diversos aspectos, a saber: la gestión de la(s) frontera(s), la definición de una política migratoria común, la protección de la ciudadanía frente a la crisis económica y la actuación de un sistema democrático de representación.

No hay duda de que la llegada de los refugiados en 2015, cuando se recibieron un millón y medio de solicitudes de asilo, representó una gran carga para los servicios administrativos y sociales de los países de la UE. Sin embargo, el asunto debió ser manejable, en teoría, como declaró en su momento la jefa de Estado alemana, Angela Merkel, tras la llegada de los refugiados: Wir schaffen das (“lo gestionaremos, podemos hacerlo”), sobre todo  en un continente de más de 521 millones de personas (Estados Unidos tiene 327) con un PIB per cápita (PPA) de $37,800 en 2017 (en comparación con $59,495 en los Estados Unidos, $42,695 en Japón y $16,636 en China).

La migración se ha convertido en un tema tan explosivo, porque está en el centro de múltiples cuestiones sociopolíticas y económicas que convergen en el complejo equilibrio entre la soberanía de los Estados y el papel de la UE, como institución supranacional, en un contexto mundial caracterizado por los procesos de globalización bajo la hegemonía del neoliberalismo. Como ideología, el modelo económico neoliberal, que afecta las decisiones políticas, se opone a la función del Estado como proveedor de servicios a la ciudadanía (y, por lo tanto, de un estado de bienestar con salud pública, educación pública y empleo), y privilegia al mercado como regulador tanto de la economía como de los servicios sociales.

El papel “protector” de los Estados europeos mediante su sistema de bienestar ha ido disminuyendo desde años atrás, a pesar de las rebeliones populares (como la de los gilets jaunes -chalecos amarillos- en Francia). La Europa Social  nunca fue efectiva y, por tanto, fue incapaz de sustituir a los Estados nación en la protección de sus ciudadanos con un sistema de bienestar digno, a pesar de la proclamación de un pilar de los derechos sociales en noviembre 2017 por el Parlamento Europeo[1]. Al contrario, las instituciones europeas, que promueven el principio de una economía highly competitive (altamente competitiva), presiona a los Estados para que apliquen reformas neoliberales tales como flexibilizar el mercado laboral, reducir los salarios[2] y prolongar la edad de la jubilación. Todo ello se convierte en una amenaza adicional para lo que queda del estado de bienestar.

Las políticas de austeridad, introducidas después de la crisis de 2008, que han sido particularmente duras para la vida cotidiana de las poblaciones en Grecia, han contribuido mucho al crecimiento del euroescepticismo y el rechazo de la Unión Europea, percibida por las poblaciones como una tecnocracia no elegida que toma decisiones autoritarias importantes de política económica. Estas prácticas de la UE  confirman la teoría de la posdemocracia elaborada por Colin Crouch (2004[1]).

La imagen negativa de la UE, que ha sido consecuencia de la aplicación de  sus políticas de austeridad, se ha reforzado con la percepción de su incapacidad para gestionar las fronteras y la migración. La tragedia que está ocurriendo en la frontera entre Turquía y Grecia es la conclusión lógica de esta doble inefectividad. 

En el contexto europeo actual, no se puede establecer una conexión directa entre crecimiento de la xenofobia y el populismo, por un lado, y las políticas de austeridad y la crisis de la gestión de las fronteras, por el otro. Por ejemplo, hay países como Portugal, sometidos a políticas de austeridad brutales, que no conocen fenómenos populistas y crecimiento de la xenofobia; mientras países como Austria, que no han tenido austeridad, conocen fuertes movimientos populistas. Esta vinculación existe todavía en países como Italia, donde la mezcla explosiva de políticas de austeridad y una migración masiva, percibida como incontrolada, ha favorecido enormemente a los partidos populistas.

Además, los tratados y reglamentos ambiguos, como el de Dublín, han revelado el poder desigual de los diferentes Estados miembros y agudizado los conflictos entre el Norte, el Este y el Sur. De todas formas, la falta de una clara gestión europea de las fronteras ha provocado en la mayoría de los países (incluso los más poderosos como Alemania) una percepción de la migración como flujos no controlados, que se ha conectado con la idea de una falta de protección de los ciudadanos europeos por las instituciones comunitarias. Estas cuestiones son fácilmente explotadas por las llamadas fuerzas populistas, que proponen un retorno a los Estados nacionales y la recuperación de la soberanía para asegurar la confianza ciudadana.

El término soberanía ha asumido un significado negativo para las fuerzas políticas que defienden la Unión Europea, pero sigue siendo un concepto político básico: de acuerdo con la definición dada por la Enciclopedia Británica, soberanía no es otra que "el último supervisor o autoridad, en el proceso de toma de decisiones del Estado y en el mantenimiento del orden”.

Aunque el mundo sin fronteras sea una maravillosa utopía compartida por filósofos y poetas, el control de las fronteras y la decisión de recibir migrantes (y cuántos) son parte de la soberanía, dentro de un sistema de relaciones internacionales pacíficas y con respeto a las Convenciones Internacionales definidas por las Naciones Unidas.

La protección que cada Estado tiene que asegurar a los migrantes en nombre de los derechos humanos tiene que corresponder a la protección que el Estado brinda a sus ciudadanos. Estamos viendo ahora, en tiempo de “coronavirus” que la protección que el Estado debe a sus ciudadanos pasa también por la prohibición de entrada en el país a personas que provienen de áreas infectadas por la enfermedad. En los países europeos, el Estado tenía que dar una protección también mediante el estado de bienestar. La percepción de las clases populares europeas de que existe una “falta de protección” por parte del Estado -como consecuencia de las políticas neoliberales- ha creado una situación de competición con los inmigrantes, en un momento en que la justificación para reducir las prestaciones es la falta de recursos (que tienen entonces que compartirse con otros servicios como la ayuda a los refugiados).  Este conflicto entre pobres -por recursos escasos-  es el origen del éxito de los partidos populistas y de las dificultades que enfrentan las visiones humanitarias universalistas de solidaridad hacia los migrantes para hacerse hegemónicas, a pesar de la movilización de los movimientos antirracistas.

 

La crisis migratoria

 

La crisis de refugiados de 2015, un éxodo bíblico de más de un millón de personas que llegaron a Europa Central después de una caminata agotadora por los Balcanes, colocó la migración en el centro de los debates políticos y provocó conflictos entre los Estados miembros, mientras que la Unión Europea dio la impresión de una pérdida de control de las fronteras exteriores. Junto con la "ruta de los Balcanes", miles de migrantes arriesgaron sus vidas para cruzar el Mediterráneo en barcos a menudo poco aptos para navegar.

En ausencia de una acción efectiva de la Unión Europea, los Estados miembros enfrentaron los dramáticos eventos por separado, implementando diferentes políticas, desde un “bienvenidos refugiados" hasta la construcción de "muros" destinados a bloquear a los migrantes. Las políticas de "bienvenida" se pueden resumir en dos discursos: el de Angela Merkel que ya citamos y el de Matteo Renzi (sono fiero di essere italiano. Rispettiamo i nostri valori. Noi salviamo vite umane, es decir, “estoy orgulloso de ser italiano. Respetamos nuestros valores. Salvamos vidas humanas”).

El enfoque generoso no duró mucho tiempo en estos dos países. Ante el auge de los partidos populistas antiinmigrantes como Alternative fuel Deutschland y la Liga, Alemania e Italia -que inicialmente habían elegido abrir sus fronteras- promovieron acuerdos bilaterales con los países de tránsito, Turquía y Libia en 2016 y 2017, para reducir o detener radicalmente los flujos. Alternative fuer Deutschland, un partido que ganó el 4,7% de los votos en las elecciones federales de 2013 sin superar la barrera del 5% para ingresar al Bundestag, ganó el 12,6% en las elecciones de 2017, después de haber ganado entre el 15 y el 20% en las elecciones regionales  en 2016. La Liga del Norte pasó del 4,09% en las elecciones políticas en 2014 al 17,35% en las elecciones en 2018, a más del 30% en las elecciones europeas de 2019 y ahora se acredita alrededor del 30%.

Hoy la mayoría de los países europeos eligen políticas migratorias restrictivas, materializadas en la construcción de nuevos muros y rejas de alambres con púas contra los flujos de migrantes. El grupo Visegrad[4]- es favorable para cerrar herméticamente las fronteras europeas y rechaza cualquier posible redistribución de los inmigrantes entre los estados miembros de la UE. Partidos populistas como Fideusz en Hungría y Derecho y Justicia (Prawo i Sprawiedliwość) en Polonia están firmemente en el poder. Si bien los gobiernos de algunos países del Grupo Visegard (Polonia, Hungría) se señalan como ejemplos de "populismo", los demás Estados miembros muestran poca solidaridad, incluso si se oponen "teóricamente" a la "construcción de muros" en nombre de los "valores europeos" y rechazan el populismo antiinmigrante. Francia, por ejemplo, impone controles fronterizos con Italia (en Ventimille y Bardonecchia) y España (en Port Bou), dentro de la zona de frontera abierta de Schengen, para evitar movimientos interestatales, cuestionando uno de los pilares de la ciudadanía de la UE, la libertad de circulación y residencia de las personas en la región, establecida por el Tratado de Maastricht en 1992.

Para concluir, el resultado político de la crisis migratoria fue la "desunión" de la UE, con lo cual se reveló la fragilidad de su construcción y sacó a la luz la injusticia de las normas que la rigen, como el Reglamento de Dublín y parte del sistema europeo de asilo (CEAS), que impone la enorme carga de gestionar las demandas de los solicitantes de asilo en los países fronterizos (Grecia, Malta, Italia y España) debido a su posición geográfica. En un país como Italia  -que acogió solo más de 200,000 migrantes, mayormente sub-saharianos entre 2016 y 2018, el partido populista de la Liga pudo, con facilidad, promover sentimientos euroescépticos, denunciando la injusticia del sistema. Los desequilibrios se observan más claramente en el caso de Grecia, cuya población ha sido víctima de más de diez años de políticas de austeridad y  no puede aceptar más migrantes o refugiados que serían una carga muy pesada para el presupuesto del país. Al mismo tiempo, la externalización de las políticas migratorias de la UE y su incapacidad para organizar la distribución de los migrantes en los territorios de la región ha provocado la crisis humanitaria actual agravada por la decisión del presidente turco de abrir las fronteras y expulsar a los migrantes y refugiados, fundamentalmente los que ya estaban asentados en Turquía. 

 

La migración: un problema europeo duradero

 

Para comprender las dificultades políticas actuales frente a la migración, hay también que considerar algunos aspectos históricos: la integración de los migrantes en los Estados nacionales europeos es un desafío político y cultural desde el siglo XIX. La integración nunca fue fácil en los últimos cincuenta años y especialmente después del final de los años setenta, cuando los países europeos redujeron  radicalmente la migración laboral. Las políticas migratorias de los Estados europeos generalmente han expresado diversas dificultades para incorporar a los inmigrantes en la sociedad. En la mayoría de los países europeos, han sido una práctica común las restricciones en los permisos de estadía según el tipo de trabajo o contrato, la reunificación familiar retrasada y las estrategias de asimilación para los migrantes establecidos.

La migración, como un concepto amplio que incluya a la segunda o incluso a la tercera generación, y a los recién llegados, se ha debatido en las agendas políticas y en los medios de comunicación tanto como una carga para los sistemas de bienestar como una causa del debilitamiento de la homogeneidad cultural y lingüística. La visión “positiva” de la migración -como recurso- es algo muy reciente, como cuando se afirma que representa una contribución para el pago de jubilaciones en los países receptores. Este argumento carece de fundamento en países como Italia, donde la población migrante vive una precariedad laboral y sus empleadores no pagan sus servicios sociales. No está claro si la migración, en este contexto, es beneficiosa para la economía (y habría que preguntarse para qué tipo de economía), aunque sea ciertamente funcional en la presión salarial para mantenerlos bajos y precarios.  La migración, al menos en países que tienen altas tasas de desempleo, golpeados por políticas de austeridad, como Italia y Grecia, se ha convertido en una tragedia de sobreexplotación.

El debate actual sobre migración, controles fronterizos, difícil integración, etc., alimentado por las fuerzas políticas populistas, no es nada nuevo. Veamos dos ejemplos concernientes a Alemania y Francia. En 1981, el canciller federal alemán Helmut Schmidt declaró: "Fue un error traer a tantos extranjeros al país". Esta frase podría ser pronunciada por cualquier político "populista" hoy. En cuanto a la amenaza de creciente racismo y xenofobia, debemos recordar que, en los años posteriores a la reunificación alemana, la hostilidad hacia los inmigrantes se convirtió en violencia en Mölln, Solingen[1] y Rostock-Lichtenhagen- comparables a las violencias de hoy; un poco antes, en 1992, la Unión, el SPD y el FDP acordaron endurecer la ley de asilo,  haciendo muy difícil la entrada y la estadía.

El 19 de junio de 1991, en Orleans, Jacques Chirac, presidente de la RPR (centro-derecha) y alcalde de París, asistió a una reunión-debate con activistas del partido gaullista. Con respecto a la migración, declaró: "El trabajador francés que vive en La Goutte d'Or y trabaja con su esposa para ganar unos 15,000 francos. [...] En su piso de HLM, ve a una familia con el padre, tres o cuatro esposas y veinte hijos, que reciben 50 000 francos de beneficios sociales sin, por supuesto, trabajar. [...] Si a eso se le suma el ruido y el olor, el trabajador francés se vuelve loco”.

La percepción social, cultural y política de la migración tomó formas muy diferentes en el continente americano en comparación con Europa, aun con variaciones importantes entre los Estados Unidos y los países latinoamericanos. Especialmente en estos últimos, países como Argentina o Uruguay tuvieron una percepción bastante positiva sobre la immigración de origen europeo. Allí, la migración se incorporó a la narrativa de la nación, como en esta frase, que recuerda irónicamente cómo "los mexicanos descendieron de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos descendieron de barcos”.

Pero, a pesar de las especificidades históricas de los países europeos, que son Estados nacionales formados alrededor de un discurso de homogeneidad lingüística y cultural, el crecimiento de populismo y xenofobia representan también el fracaso de la Unión Europea, que a pesar del lema “Unidad en la diversidad”, no ha sido capaz de impulsar una visión de Europa como un gran espacio multicultural para europeos y para migrantes.  Mientras en Canadá se desarrolló la narrativa multiculturalista y se implementó el proyecto político correspondiente en los años setenta, la mayoría de los países europeos, con parcial excepción del Reino Unido (y durante una época), continuaron con enfoques asimilacionistas y mostraron escepticismo hacia los nuevos modelos anglosajones para abordar la migración y las minorías.

 

¿Estados nacionales en declive? Globalización y soberanía

Sin embargo, como forma dominante de la comunidad política moderna, el Estado nación se ha embarcado en una curva decreciente de viabilidad histórica, siguiendo los procesos de globalización. ¿Es probable que esta tendencia descendente traiga un enfoque más favorable en torno a la migración y a un mundo sin fronteras? Eso no es seguro en absoluto. Veamos por qué.

En general, la globalización se refiere al aumento de los movimientos de bienes, capitales y servicios a través de las fronteras, y la transformación gradual de los mercados nacionales en mercados regionales y globales. Todo ello se entremezcla con una ideología y un modelo económico, el neoliberalismo. Este es una versión moderna del liberalismo clásico que considera a los Estados como instrumentos que eventualmente regulan el mercado.

La globalización y el neoliberalismo, con base en la idea de un papel mínimo para el Estado, han reducido la soberanía de los Estados nacionales en lo que concierne al control de la economía nacional y, en consecuencia, la posibilidad de mantener o ampliar el estado de bienestar. La ideología neoliberal está en contra de la ciudadanía social propuesta por Marshall y la forma de Estado que ofrece protección económica, lo que sugiere que los programas de bienestar son negativos para la sociedad, ya que promueven la pasividad entre los pobres.

Incluso antes del fenómeno de la globalización, y, como ya se mencionó, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, la idea de que el aumento en la interdependencia de los Estados restringió el principio de soberanía estatal se había impuesto entre los responsables políticos. Para mantener la paz y la prosperidad, se crearon varias organizaciones regionales e internacionales, por ejemplo, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Organización Mundial del Comercio. La Unión Europea ha sido considerada durante años como el mayor éxito de organización supranacional de la historia de la civilización, combinando un alto nivel de desarrollo y de integración entre los países. 

Pero, en 2008, con la crisis económica, el fracaso de la gobernanza económica de la UE  apareció claramente con la imposición de las políticas de austeridad. El desmantelamiento progresivo del estado de bienestar y la ciudadanía social impactó la vida de las clases medias y bajas, creando amplios descontentos entre las poblaciones, que han rechazado la gobernanza supranacional (por  ejemplo, comparando la manera en la cual países independientes como Islandia habían salido de la crisis). El creciente euroescepticismo ha sido fácilmente explotado por las fuerzas políticas populistas que han utilizado el viejo nacionalismo para obtener votos.

La pérdida de soberanía puede aceptarse para mejorar las condiciones de vida, no para su empeoramiento, como es el caso de la UE en los últimos doce años. Casi treinta años después del Tratado de Maastricht, que dio origen a la Unión Europea, los ciudadanos europeos todavía se reconocen principalmente como miembros de una nación Estado: italianos, franceses, alemanes, griegos... Este sentimiento "nacional" ahora se ve alentado por una pérdida de soberanía que no trae mejoras a la vida.

El fracaso de la UE en la gobernanza económica ha sido acompañado por el fracaso en la gestión de la crisis migratoria. La pérdida de control de las fronteras de la UE está fuertemente representada por la crisis migratoria en 2015. Los Estados, como Hungría, que se opusieron a la migración incontrolada, hicieron un fuerte argumento sobre la recuperación de su soberanía con respecto a los controles fronterizos. Esta idea, que plantea la pérdida de soberanía de los Estados nacionales, sacrificada a dimensiones supranacionales o globales y cuyos aspectos positivos son difíciles de percibir por las poblaciones europeas, fue apoyada por otros países y por las fuerzas populistas, que encontraron a su vez el respaldo de muchos ciudadanos, víctimas de la crisis económica y nostálgicos del Estado nación "protector".

Como consecuencia de estos procesos, en los últimos años el conflicto de derecha e izquierda ha sido reemplazado por la corriente principal y el populismo en la política europea. Término controvertido, el populismo cubre un amplio espectro de partidos, desde la extrema derecha hasta la izquierda radical, presentando agendas muy diferentes. La agenda populista de extrema derecha, también denominada populista de derecha nacional o "souverainista", comparte la hostilidad contra la migración, representada como una amenaza para la seguridad, una carga para el bienestar, un obstáculo para la cohesión social y un peligro para la identidad cultural. También se proclaman euroescépticos y prometen restaurar la soberanía nacional.

La izquierda no puede responder al desafío populista, ya que no pudo elaborar en una perspectiva social las implicaciones de la pérdida de soberanía para un Estado. Régis Debray (2010) argumenta que las principales victorias de la izquierda en el siglo XX surgieron de un enlace no reconocido con la nación, y que el futuro de la izquierda depende de su capacidad para reinventar una política nacional para el siglo XXI. Detrás de esta evaluación estratégica se encuentra la afirmación de que el manantial de la acción política reside en el pathos de la membresía nacional, ya que solo en la forma de un "pueblo" las masas irrumpen en la vida política y hacen historia.

Además, la defensa de los derechos humanos universales debería contar con el apoyo de una ciudadanía social amplia. Pero la ciudadanía social ha sido, hasta ahora, otorgada solo a los ciudadanos de los Estados nacionales (y no a todos, principalmente a los europeos). El desmantelamiento de la ciudadanía social en Europa, como consecuencia de la introducción de modelos neoliberales, no solo ha provocado descontento entre las poblaciones nativas, sino también el conflicto entre los grupos sociales más débiles: nativos pobres y migrantes. En este panorama atravesado por contradicciones, el papel de las organizaciones supranacionales, que podrían haber mitigado si no se hubieran resuelto las contradicciones de la globalización, han demostrado ser, en el mejor de los casos, ineficaces. En el peor de los casos, los conflictos se han agudizado, como es el ejemplo de la Unión Europea, dada la distribución desigual de responsabilidades entre los Estados miembros en el control de las fronteras de Europa y, más en general, la distribución desigual del poder en los procesos de toma de decisiones.

Para concluir, con respecto a la migración, la globalización produjo un conflicto explosivo entre las lógicas de libre mercado y las soberanías de los Estados, conflicto que sufren principalmente los propios migrantes,  que intentan desplazarse de las áreas periféricas hacia los centros centrales del capitalismo neoliberal, muchas veces de manera irregular como es el tráfico de personas, que son abandonadas para morir en las fronteras del mundo rico, rechazados por la población local, también víctimas del modelo económico neoliberal.

 

Conclusiones

La crisis migratoria ha cristalizado múltiples inseguridades de los ciudadanos europeos, desconcertados por la crisis económica con sus crecientes desigualdades resultantes y asustados por el desarraigo producido por los procesos de globalización como deslocalización de actividades y trabajos. La migración, que hoy en día es impulsada por las fuerzas del mercado y escapa a los acuerdos inter-estatales, se percibe como el símbolo del riesgo de desarraigo. La respuesta a este riesgo no se ha encontrado en la organización de un orden supranacional en el que los Estados nacionales compartan su soberanía. El proceso hacia una "Unión cada vez más estrecha", tal como se prevé en el Tratado de Roma, se ha visto profundamente afectado por la crisis económica de 2008 y la crisis migratoria de 2015, revelando las dificultades para encontrar medidas compartidas y las divisiones entre los Estados miembros, pero también el apego de las poblaciones a los viejos Estados nacionales.

Los populistas de derecha, con su promesa de restaurar la "soberanía nacional" en nombre del "pueblo", han aprovechado estas inseguridades sociales y culturales. El lenguaje de los populistas que opone la soberanía nacional a una "migración fuera de control" o una "invasión", puede sin duda  alimentar la xenofobia y el racismo. Pero, sin embargo, los populistas señalan problemas reales, mientras ofrecen malas soluciones. Apoyar la recuperación de la soberanía del Estado, como muchos ciudadanos europeos expresan con su voto, no puede ser fácilmente descartado como nacionalismo o, peor aún, racismo. Estos elementos negativos existen, pero se mezclan con la reacción a la presión de los cambios impuestos y la demanda de más protección social, que en el pasado, antes de la hegemonía de el modelo neoliberal,  fue asegurada por los Estados nacionales a través de sistemas de bienestar y responsabilidad hacia el empleo.

 

 

Referencias

 

Bauder H., (2017) Migration, Borders, Freedom, Routledge, New York, London

Castles C. and M. J. Miller (1993), The Age of Migration, International Populations Movement in the Modern World, Palgrave, Mac Millan, New York

Crouch, C. (2004) La posdemocracia, Madrid, Taurus

Debray R. (2010), Eloge des frontières, Gallimard, Paris

Encyclopedia Britannica, Sovereignty

Galli C. (2019), Sovranità, Il Mulino, Bologna

Gellner Ernest (1983) Nations and Nationalism, Ithaca, Cornell University Press

Kwameh A. (2007), Cosmopolitanism, Ethics in a World of Strangers, W. W. Norton & Company, New York

Marshall T. H. (1950) Citizenship and Social Class and Other Essays. (New York: Cambridge University Press

 

Notas

 

[1] https://ec.europa.eu/commission/priorities/deeper-and-fairer-economic-and-monetary-union/european-pillar-social-rights_it

[2] https://coniarerivolta.org/2020/02/14/dalla-grecia-alla-spagna-non-alzare-la-testa-non-alzare-i-salari/

[3] Crouch, C. (2004), La posdemocracia, Madrid, Taurus.

Según crouch, las clases subordinadas pierden poder político. Según él, la clase trabajadora, que se había convertido en una fuerza poderosa  y numerosa por su apogeo con el estado de bienestar, ha declinado en la actualidad hasta ser una clase marginada del escenario político.  Las causas de la posdemocracia están en la globalización económica y en la centralidad del mercado y de las grandes corporaciones en comparación con los Estados. Posdemocracia es tambien un término que sirve para describir el constante uso de técnicas de encuesta y mercadeo para averiguar qué es lo que la gente quiere escuchar para luego comunicar eso mismo a través de los medios masivos de comunicación.

 

[4] El Visegrad Group (también conocido como "Visegrad Four" o "V4") incluye República Checa, Hungría, Polonia y Eslovaquia.  http://www.visegradgroup.eu/about

[5] El ataque incendiario ocurrido en Solingen en 1993 fue uno de los eventos más severos de violencia contra extranjeros que haya ocurrido en tiempos recientes en Alemania. La noche del 28 al 29 de mayo de 1993, cuatro jóvenes alemanes pertenecientes al movimiento de cabezas rapadas de extrema derecha, con conexiones neonazis, le prendieron fuego a la casa de una amplia familia turca en la localidad de Solingen en Renania del Norte-Westfalia, Alemania. Tres niñas y dos mujeres murieron; otros catorce miembros de la familia incluidos varios niños resultaron heridos, algunos de consideración. El ataque disparó una serie de protestas violentas por parte de turcos en varias ciudades alemanas y multitudinarias demostraciones de alemanes en demostración de solidaridad con las víctimas turcas. En octubre de 1995, los atacantes fueron encontrados culpables de asesinato y sentenciados a cumplir penas de prisión de entre 10 a 15 años (Wikipedia).

Danos tu opinión
¡Clasifícanos!Bastante malNo tan bienBienMuy bienImpresionante¡Clasifícanos!

¡Gracias por tu mensaje!

bottom of page