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ÍNDICE 124
México y Estados Unidos: posibles escenarios de la relación bilateral
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PRESENTACIÓN

 

Elio Villaseñor Gómez

Director de Iniciativa Ciudadana para la Promoción de la Cultura del Diálogo A.C.

Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad.

Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.

Abraham Lincoln, Discurso de Gettysburg (19 de octubre de 1863)

El pasado 3 noviembre, el mundo atestiguó cómo la población estadounidense votó por una nueva era de gobierno que augura un cambio en el ejercicio del poder y que perfila una administración con voluntad política para establecer puentes de diálogo con el firme propósito de restablecer el respeto entre las autoridades y la ciudadanía.

Todo apunta hacia un escenario más probable como resultado de la elección en Estados Unidos de una Casa Blanca y una Cámara de Representantes demócratas, aunado a un probable Senado republicano, y que habrá de culminar el 20 de enero con la toma de posesión del nuevo presidente.

Con el arribo del Partido Demócrata en la persona de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos, habrá de abrirse paso, nuevamente, una nación que presume de una democracia madura y consolidada que, es de esperar, terminará con los discursos plagados de radicalismo del presidente Donald Trump, cuya gestión se caracterizó por su muy personal talante de humillar, provocar y someter a rivales y críticos.

En ese país, y en el mundo, la expectativa se funda en dejar atrás el ambiente de polarización que el actual inquilino de la Casa Blanca profundizó con su retórica y que, con exabruptos, descolló los sentimientos xenofóbicos, de racismo y de división entre la sociedad estadounidense y a nivel global.

En esta nueva era de Biden, se espera que el estilo de ejercer el poder desde la presidencia tenga un tono conciliador y moderado, una voluntad política que también se espera se extienda a la diplomacia que Estados Unidos habrá de reformular como método para buscar las soluciones y no la imposición o la amenaza de la fuerza.

El ascenso de Biden llegará en un momento crucial para la humanidad que vive uno de los peores episodios de crisis por la pandemia del SARS-COV-2, con graves secuelas en la economía y la política interna y con una clara repercusión en el ámbito global en la que irrumpe un dilema: ¿seguirán profundizándose las desigualdades sociales, los sentimientos de odio y de intolerancia? o, ¿se abrirá una nueva senda para la convivencia humana donde nadie se quede atrás y predominen los sentimientos de empatía y colaboración, en donde todos formen parte de las soluciones en el espacio público y en el llamado concierto de las naciones?

Ello se atisba como un nuevo desafío para la administración Biden que, en el terreno de la geopolítica, requerirá que los gobernantes ajusten sus estilos de conducirse en su relación con Estados Unidos, con la finalidad de que no prevalezca la percepción de que solo tendrán cabida aquellos países y sectores que piensan igual a él o que tienen la actitud arrogante de ejercer el poder en función de sus intereses, a veces personales.

Además del control de la pandemia del COVID-19 y de la consolidación de un discurso de reconciliación al interior de Estados Unidos, la política exterior y la comercial serán dos puntos fundamentales en la agenda del futuro presidente Biden. Su gran reto será reconducir las relaciones bilaterales totalmente destruidas por la administración de su antecesor.

Es sabido que Biden heredará los muchos frentes abiertos en el plano internacional por el gobierno de Donald Trump, por lo que la diplomacia y la política exterior estadounidense, con una nueva presidencia, tendrán el desafío de recuperar los espacios de un liderazgo perdido y la credibilidad del papel de Estados Unidos como potencia.

En esa tarea, la futura administración Biden habrá de recomponer lo que en cuatro años el gobierno de Trump desarticuló, como el abandono de Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), el Acuerdo Climático de París, el Acuerdo Nuclear P5+1 con Irán, el retiro de ese país del Consejo de Derechos Humanos, de la UNESCO y de la Organización Mundial de la Salud. Igualmente habrá de reconstruir las relaciones vitales con Rusia y con sus aliados de la OTAN y de la Unión Europea (UE) o con la Organización Mundial de Comercio (OMC) y ‘limar’ las fricciones de la guerra comercial y política con China, entre los asuntos de mayor calado en los que habrá de asumir un papel proactivo que se sujete a los marcos institucionales y procesos de concertación en la cooperación internacional. Ello perfila la percepción global de que, a medida que Estados Unidos renueve sus compromisos internacionales, se inclinará hacia sus vecinos y aliados para que hagan lo mismo.

En el caso de México, se abre una oportunidad para que los temas binacionales sean encaminados en la integración de una agenda en la que podrán encontrase soluciones comunes bajo un clima de respeto y no de amenazas o presiones políticas o de índole económico-comercial.

En lo anterior, habrá de ser determinante el hecho real de que México y Estados Unidos comparten una frontera y una gran cantidad de temas en común, tanto en materia de migración, como en los temas de comercio, medio ambiente y de seguridad. Sin embargo, con el resultado de la elección presidencial en el vecino país del Norte, se tiene un margen de duda acerca de qué tanto podrán reconducirse política y diplomáticamente esa gama de temas que, en algún momento, podrían significar una presión mayor para el gobierno mexicano.

Y si bien México, por ahora, no forma parte relevante de la agenda global de la próxima administración de Joe Biden, no debe perderse de vista que la relación entre nuestro país y Estados Unidos es, por definición, una muy compleja. En perspectiva, pueden enumerarse cuatro temas que podrán ser materia de redefinición de esa relación en el futuro inmediato.

En primer término, destaca el tema migratorio, que durante el actual gobierno de Trump ha dado visos comprobados de una cooperación basada en el interés del republicano por imponer frenos a cualquier tipo de migración hacia Estados Unidos.

Ese cuadro podrá observar un giro de 180 grados, toda vez que Joe Biden prometió un paquete sustancioso de reformas migratorias de ganar la Casa Blanca, mismo que, en momentos diferentes, dijo que impulsará en los primeros 100 días de su presidencia, mediante órdenes ejecutivas o en coordinación con el Congreso estadounidense, en donde podría presentar, si la correlación de fuerzas legislativas se lo permite, una reforma migratoria integral.

En ese propósito, de cumplir Biden su compromiso para revertir las medidas antiinmigratorias de Donald Trump, se concretaría un conjunto de cambios legales y administrativos, entre los que destacan: un procedimiento para que 11 millones de personas inmigrantes indocumentadas puedan conseguir la ciudadanía; confirmar un mecanismo legal que haga realidad la protección de los llamados Dreamers amparados de la deportación por el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés); anular las restricciones de viajes que Trump impuso a ciudadanos de 13 países, muchos de ellos africanos o de mayoría musulmana; inhabilitar las regulaciones que dificultaría a las compañías en territorio estadounidense contratar a personas extranjeras con alta cualificación; derogar las disposiciones que obstaculizan a miles de personas la calidad de refugiados; cesar con el desvío de fondos del Pentágono para construir el muro fronterizo con México; finiquitar el programa “Quédate en México“, que obliga a las personas solicitantes de asilo a esperar en el país vecino las resoluciones de sus casos y, poner punto final a la separación de familias migrantes.

Esta transformación del tema migración, uno de los más complicados en la relación bilateral, habrá de producir un contraste frente a lo que hasta ahora ha sido su manejo por parte de la administración Trump, por lo que en el futuro será interesante observar cómo se desarrolla la relación de Estados Unidos con México en ese tema en el que, hasta ahora, ha tenido el respaldo involuntario del gobierno mexicano.

Otro tema que fue planteado como fundamental por Joe Biden es su propósito de impulsar su llamado ‘Plan Verde’, que contempla varios proyectos en política medioambiental y, para lo cual, anunció inversiones por 2 billones de dólares en los próximos cuatro años, con la finalidad de recuperar para Estados Unidos una posición relevante en la discusión global de la agenda verde y acelerar la transición energética de la economía estadounidense. Ello incluye el regreso de esa nación al Acuerdo de París, que reactualizará el pacto global para afrontar el cambio climático y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en al menos 26% por debajo de los niveles de 2005 para 2025.

Este futuro cambio tarde o temprano afectará a México, toda vez que existen compromisos que fueron firmados en el marco del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), en su capítulo 24, en materia de transición energética. En ese marco, es de esperar que la nueva administración mantendrá o incrementará la presión relacionada con el estatus de la inversión de empresas estadounidenses en el sector energético, sobre todo, porque estas han manifestado su inconformidad con los cambios en las reglas del juego en materia de energías renovables por parte del gobierno mexicano. Más aún, esa presión podría acentuarse ante el ambicioso propósito de Biden de concretar una red energética integrada desde México hasta Centroamérica y Colombia, abastecida por un porcentaje cada vez más alto de energía limpia que exigirá infraestructura sostenible y tecnología de innovación.

En materia de Salud, sabedor de que la propagación del virus SARS-CoV-2 en Estados Unidos será un escollo al que se enfrentará cuando asuma su cargo, llevó a Joe Biden a conformar (el 9 de noviembre) un equipo de crisis sobre el COVID-19 con científicos y expertos líderes para abordar y combatir la pandemia de coronavirus.

Es un aspecto transicional que podrá intensificarse posterior a su toma de posesión y que podrá significar la confección de una política de cambio en el área científica que no sólo se dirija a territorio estadounidense, sino ampliarse a términos regionales de colaboración preventiva, en donde México será un actor clave, dada la movilidad de personas que ingresan, transitan y tienen como destino los Estados Unidos. Además, porque el potencial contagio de casos de coronavirus ha sido motivo para los cierres de la frontera común entre México y su vecino del Norte

 

Un último aspecto que habrá de tener una redefinición puntual entre México y Estados Unidos se centra en el rubro comercial. Es de destacarse que Biden ha aceptado en el pasado reciente que el nuevo Tratado Comercial entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), es mejor que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), pero deslizando, como lo hicieron también miembros de su partido en el Congreso, que debía ser susceptible de ‘mejoras’. Esta finalmente decantaron en una revisión del Acuerdo que se concretó en cambios en materia laboral a los que México se comprometió cumplir, entre otros, una mayor democracia sindical y procesos más eficientes de resolución de conflictos obrero-patronales, cuestión que legisladores estadounidenses advirtieron seguirán muy de cerca.

En el mediano plazo, esos cambios habrán de vincularse con la agenda demócrata en términos de la implementación del nuevo Tratado Comercial, con la agenda medioambiental de la nueva Administración.

En el largo plazo, una de las ventajas del arribo de un gobierno demócrata y la implementación puntual del T-MEC, será constatar en la práctica el compromiso trilateral de impulsar una política económica y comercial integracionista, ajena a los distintos ciclos políticos de los países socios. Este podrá ser un aspecto que distinga a la administración Biden que pugna por ampliar las relaciones comerciales regionales y globales, de las que caracterizaron al gobierno de Trump, con la aplicación de presiones económica y arancelarias y de las que México no estuvo exento.

 

Grosso modo, esa es la perspectiva inmediata ante el próximo arribo de Joe Biden a la Casa Blanca. Es un contexto en el que la redefinición de objetivos geopolíticos y económico-comerciales habrá de distinguir a la Administración del demócrata.

Para México, se abre una puerta de oportunidades para una cooperación más amplia con Estados Unidos, en la que ambas naciones pueden no sólo consolidar la relación bilateral, sino también sacar mayor provecho del cambio actual de las cadenas de suministro globales. Sin embargo, para ello, el gobierno mexicano está obligado a dejar de lado sus tendencias aislacionistas, nacionalistas, y tener un mayor protagonismo en el exterior.

Es un panorama de futuro que exige a México y a Estados Unidos asumir con mayor firmeza su relación bilateral y de cooperación, en el que cada nación asuma su responsabilidad en la solución de los problemas comunes, con el propósito de reconstruir la confianza entre las dos naciones. Además de compartir una de las fronteras más extensa en el mundo, son socios comerciales y regionalmente cercanos con la complejidad que ello ha implicado para sus respectivos gobiernos a lo largo de su historia.

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