top of page
1. Escenarios y expectativas ante una nueva presidencia en Estados Unidosl
Tacher.jpg

Foto de David Everett Strickler vía Unsplash

La difícil reconstrucción de los consensos en Estados Unidos

 
Daniel Tacher Contreras

Iniciativa Ciudadana para la Promoción de la Cultura del Diálogo AC

 

 

 

Es un lugar común señalar que una elección es un parteaguas en la vida de una democracia. Aunque hay elecciones competitivas, estas no necesariamente modifican los grandes consensos nacionales. En todo caso, es necesario señalar en qué forma una elección constituye una coyuntura que modifica o altera al sistema político. Los procesos electorales son acontecimientos en donde se conjugan factores diversos que permiten observar el funcionamiento de un sistema político y su capacidad de cambio.

El análisis del impacto de las elecciones puede enfocarse en temas fundamentales que modifican los grandes consensos nacionales y reorganizar la vida política de un país. Por ejemplo, las elecciones en Gran Bretaña, cuyo trasfondo fue su salida de la Unión Europea. También podemos observar elecciones sin discusiones profundas sobre estos consensos, cuyos resultados impliquen un reacomodo en las preferencias de los electores y, en consecuencia, modificar el sistema de partidos y la correlación de fuerzas. Igualmente, el resultado electoral puede constituir una fuente de conflictos futuros cuando la parte derrotada no acepta los resultados electorales o, en caso extremo, los resultados hayan sido alterados para constituir un fraude electoral.

En los Estados Unidos, las elecciones de los años 2016 y 2020 marcan momentos importantes en la historia de ese país. En estas elecciones, el país se dividió como nunca entre proyectos políticos y a la sociedad. Una división entre el pasado y el futuro. Entre la promesa de regenerar un modelo económico cerrado al mundo y contraria la continuidad de la apertura global. La regeneración de una idea de sociedad homogénea donde las diferencias culturales no tienen lugar y deben asimilarse, frente a la realidad de una sociedad multicultural con grupos que reclaman su reconocimiento.

En 2015, la irrupción de Trump en la política de los Estados Unidos parecía el despropósito de un millonario excéntrico. En la elección de 2016 ese despropósito fue mucho más. La ciudadanía norteamericana había elegido un presidente con un discurso nacionalista, que movilizaba a muchas personas, mediante emociones, contra todo aquello que desde el extranjero propiciaba los males económicos y sociales de los Estados Unidos. La migración como foco de inseguridad social y económica. La apertura comercial causante del rezago y crisis económica. La imposición de agendas internacionales en la vida nacional.

Aunque Trump sonaba más como un accidente en la historia de los Estados Unidos, que en la siguiente elección quedaría sepultado políticamente, esto ya no parece tan sencillo de explicar.

Para los ojos de los latinoamericanos, expertos sobrevivientes del populismo, Trump era el reflejo de esos liderazgos carismáticos, retóricos, no ideológicos, pero altamente emotivos, capaces de movilizar votantes por sus sentimientos nacionalistas. Un populismo que en lo económico ofrece soluciones inmediatas para enfrentar la crisis. Basta con cerrar la puerta a la salida de inversiones producto de tratados comerciales “desfavorables”, reactivar industrias clausuradas por su alto efecto contaminante, reactivar el consumo de carbón o incentivar la explotación petrolera.

La herencia de la crisis económica de 2008 y la tendencia de recuperación de los últimos años de la administración Obama comenzaron a rendir frutos en la administración Trump. Pese a los escándalos de corrupción, el desvío de recursos o la intromisión de Rusia en las elecciones de 2016 -y el consecuente proceso de destitución ante el Congreso, el rumbo de la reelección de Trump era posible. La base social que le dio el triunfo en la primera elección no parecía afectarse mucho, a pesar los bajos niveles generales de aceptación popular.

El año de la elección no podía ser más convulso. La crisis sanitaria producida por el COVID-19 obligó al cierre de actividades y con ello de la economía. La violencia policial contra la comunidad afroamericana se evidenció en casos emblemáticos que multiplicaron las manifestaciones sociales. Antes estas manifestaciones la reacción del gobierno fue endurecer su posición abiertamente racista. El escenario de la reelección se complicaba. Las encuestas fueron mostrando una tendencia favorable al partido demócrata.

Nuevamente, llegamos al lugar común de señalar que la elección del 3 de noviembre era un parteaguas en la historia de los Estados Unidos. Si bien es un referente en varios aspectos, habrá que analizar con cuidado cada uno. En materia electoral la experiencia del uso del voto postal y anticipado deja lecciones importantes. Diez estados modificaron su legislación y enviaron de forma automática las boletas electorales para su emisión en forma postal, anticipada o presencial. Quince estados enviaron de forma automática solicitudes para que las personas pudieran decidir emitir su voto vía postal. Solamente cinco estados no consideraron al COVID-19 como excusa válida para votar vía postal.

La participación electoral en 2020 rompió todo registro. A nivel nacional se contabilizan más de 159 millones de votos emitidos, lo que representa una participación del 66.5%. Casi 5 millones fueron emitidos desde el extranjero. Joe Biden será presidente al obtener más de 80 millones de votos populares, que representan 306 votos electorales. Sin duda un presidente con alta legitimidad electoral.

No obstante, Trump ha desconocido los resultados. Anunció que iba a judicializar el proceso. Denuncia fraude electoral. En su estrategia judicial busca llevar su inconformidad a la Corte Suprema, donde la mayoría simpatiza con el conservadurismo. Esta estrategia no debe desdeñarse. Si bien a nivel nacional la diferencia es de 4%, en los estados más disputados las diferencias oscilan entre el 0.3% en Georgia y el 1.4% en Carolina del Norte. Aunque en general los expertos consideran que judicialmente no prosperará ha dejado una semilla peligrosa en la dividida sociedad norteamericana. De acuerdo con una encuesta presentada por la empresa Rasmussen Report 47% de los electores considera probable que se hubiere llevado a cabo un fraude electoral, a pesar que ninguna demanda ha prosperado.

Finalmente, habrá que estudiar con cuidado los efectos de todo lo que implica y moviliza Donald Trump. Primero, no debemos perder de vista que más de 73 millones de electores votaron por él. Durante su gestión se nombraron tres jueces de la Suprema Corte y 185 jueces federales (la quinta parte del total). La votación del partido republicano no se dividió. Por el contrario, aumentaron 7 espacios en la Cámara de Representantes y disputan el control del Senado. Dos escaños correspondientes a Georgia, actualmente republicanos, se elegirán en enero próximo. La nueva administración tendrá un difícil escenario. Las promesas y compromisos dependen de su relación con el Congreso. Los republicanos pueden obstaculizar la agenda del nuevo gobierno desde el Congreso y judicializando la agenda en la Corte Suprema.

Socialmente el respaldo que tiene no debe menospreciarse. El conservadurismo norteamericano se fortaleció, en particular, posturas provida, nacionalistas, supremacistas y antiinmigrantes, que encuentran en quienes llegan la explicación del desempleo producido por cambio tecnológico y ambiental. Sus declaraciones denunciando fraude electoral moviliza a sus simpatizantes. Es el candidato republicano que más votos a obtenido del electorado latino en la historia, más de 30%.  Trump no fue un accidente, es el reflejo del malestar social y de una agenda conservadora de gran base social.

El difícil escenario político que tiene la administración Biden-Harris puede generar otra ola de desilusión social que allana el camino al surgimiento de liderazgos populistas como Trump. Basta recordar que en el segundo debate presidencial Trump señaló que la razón de su candidatura (y posterior presidencia) fue por los resultados de la administración Obama-Biden. No descartemos el regreso de Trump, ni la aparición de un liderazgo similar. Será indispensable reconstruir los consensos básicos de una sociedad altamente dividida.

En este escenario, la comunidad latina tendrá un papel relevante. De acuerdo, con los datos preliminares del censo la población latina se ha convertido en el segundo grupo étnico y supera por primera ocasión a los afroamericanos. Los latinos representan el 18.2% de la población total, mientras que los afroamericanos son el 12.7% y los asiáticos el 5.6%. El multiculturalismo es una realidad y el futuro en los Estados Unidos. En 20 años, las proyecciones señalan que los latinos representarán el 25%, las personas afroamericanas el 13.1%, los asiáticos el 8%.

Esta realidad se refleja en la agenda de la administración Biden-Harris que ha puesto en el centro impulsar un nuevo acuerdo social enfocado a tres temas que podemos considerar básicos. El primero consiste en impulsar un gran acuerdo migratorio. Este acuerdo beneficiaría a migrantes de origen latino (principalmente mexicanos) y asiático. El segundo, consecuencia de los efectos de la emergencia sanitaria del COVID-19, una amplia reforma al sistema de salud. El tercero, regresar a los Estados Unidos al proceso de transformación tecnológica y energética para enfrentar las consecuencias del cambio climático. Esta agenda no camina solo desde el Ejecutivo, sino que requerirá de amplios consensos en el Congreso aún en disputa.

 

Con esta agenda anunciada desde el proceso electoral la administración Biden-Harris tendrá la labor de reconstruir los acuerdos nacionales para enfrentar el cambio demográfico que impactará en la demanda de mayores y mejor servicios sociales, así como en la nueva generación de empleos nacidos de la revolución tecnológica del Siglo XXI. Sin duda enfrentará un enorme desafío en un momento de inflexión histórico.

bottom of page