
No se trata
solo de migrantes: se trata de nuestra humanidad
Mensaje de los obispos mexicanos con motivo del acuerdo entre México y los Estados Unidos en materia arancelaria y política migratoria
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Foto de Getty Images.
Centroamérica espera a Joe Biden entre la esperanza, la decepción y los condicionamientos geopolíticos
Carlos Humberto Cascante Segura
Universidad Nacional, Costa Rica
La reunión con un viejo conocido en situaciones complejas
Luego de un complicado proceso electoral y poselectoral que se saldó con el triunfo del demócrata Joseph R. Biden, en Centroamérica muchos círculos académicos esperan con impaciencia que este asuma el poder en enero próximo; sin embargo, esto no resulta una opinión de consenso entre algunos sectores políticos, militares y en la propia sociedad civil centroamericana, que han mostrado primordialmente, en sus facciones más conservadoras, apoyo evidente a la formas y políticas de gobierno del presidente Donald Trump.
La campaña y los hechos posteriores dejan para los Estados Unidos una sociedad exhausta y un sistema político debilitado por la polarización y división política, social, racial y geográfica; así como un nuevo gobierno que no es considerado como legítimo por una buena parte del electorado que sigue apoyando al presidente Trump. A estos elementos deben sumarse las complicaciones para contener la pandemia y sus efectos económicos sobre el empleo, que sigue afectando a una buena parte de la población estadounidense.
Al igual que en los Estados Unidos, la situación de los países centroamericanos resulta sumamente complicada. En general, todas las sociedades del istmo, aunque en diversos grados, enfrentan crisis económicas y sanitarias producto de la pandemia provocada por la COVID-19, que ha terminado por desnudar y acelerar sus debilidades estructurales y la debilidad de sus estados para enfrentar los retos operativos para enfrentar la presión sobre los servicios sociales y la carencia de legitimidad en la toma de decisiones para enfrentar con algún grado de éxito los retos de esta coyuntura.
Guatemala enfrenta duras protestas sociales, Honduras mantiene un gobierno con bajos niveles de legitimidad, El Salvador tiene un gobierno que aprovechó la pandemia para justificar su tono autoritario, el pueblo nicaragüense sigue a merced de un régimen que niega los efectos de la pandemia, Costa Rica se enfrenta una crisis fiscal y conflictos sociales cada vez más evidentes, mientras que Panamá ha visto su economía detenida por la imposibilidad de controlar la expansión de la pandemia.
Las prioridades de la relación son estructurales y no cambiarán rápidamente
Como siempre, conocer y posicionarse con las nuevas autoridades estadounidenses será una prioridad para los gobiernos y círculos del poder centroamericano. En esta línea, los Estados Unidos siguen siendo el principal socio comercial centroamericano, el principal inversor en varios de sus economías y fuertes cooperantes en materia de seguridad regional. Los altos niveles de cooperación en seguridad y desarrollo en Guatemala, Honduras, El Salvador y Panamá hacen que la influencia de la embajada estadounidense se siga percibiendo como indispensable para resolver los conflictos internos de esas cuatro sociedades. En el caso de Nicaragua, el gobierno estadounidense constituye un adversario que durante la administración Trump realizó esfuerzos para alcanzar la salida de los Ortega. Por su parte, para Costa Rica, los Estados Unidos son un socio relevante, pero han existido tradicionalmente mayores márgenes de maniobra en el plano multilateral y menos influencia en la definición de los problemas internos.
Centroamérica, como hace muchas décadas, no será prioridad de los Estados Unidos, cuya política exterior parece más encaminada a restaurar las relaciones atlánticas y los socios del Pacífico para contener el avance de China. Aunque Centroamérica se encuentre en los márgenes del interés estadounidense, pueden señalarse dos prioridades que seguirán siendo claves para los Estados Unidos en la región: por una parte, la preocupación y securitización de la migración de centroamericanos a los Estados Unidos y, por otra, el carácter de zona de tránsito que tiene el istmo para el trasiego de estupefacientes; así como los espacios para la legitimación de capitales.
Migración y narcotráfico: señales de cambio con los temores de siempre
Desde estas estructuras, cabe preguntarse cuáles componentes pueden experimentar algún cambio de enfoque en la relación con los Estados Unidos. Para ello, lo que se tiene como evidencia son las posturas históricas de las autoridades demócratas y sus planteamientos a lo largo de la campaña. Desde esta perspectiva, pocos meses antes de iniciar el despliegue completo de su campaña presidencial, en marzo de este año, Biden publicó en la Revista Foreign Affairs una serie de líneas maestras de lo que sería su política exterior. En esta, quien será el principal inquilino de la Casa Blanca se comprometía a reducir el carácter amenazante de la política migratoria de la administración Trump, reestablecer los lineamientos que permitían asegurar el derecho de asilo y la situación de denominados “dreamers”. Además, se comprometía a reforzar la cooperación estadounidense hacia Guatemala, Honduras y El Salvador, con una iniciativa de cuatro años y cuatro billones de dólares dirigido no únicamente a los efectos del trasiego de drogas en Centroamérica, las bandas establecidas en dichos países, sino también a transformar las causas de dichos problemas.
La interrogante ante estas iniciativas será siempre la debilidad de los gobiernos centroamericanos en torno al respeto a la ley, los derechos humanos, sistemas electorales seguros y la debilidad de los programas sociales para acometer verdaderas reformas en plazos relativamente cortos y, al mismo tiempo, transformar tales problemas estructurales. Adicionalmente, la ampliación de la cooperación puede hacer más evidente la influencia de los Estados Unidos y la reducción de la autonomía relativa de los países centroamericanos, lo que puede ser beneficioso para los Estados Unidos, pero no necesariamente para el desarrollo democrático de estas naciones. Por último, siempre se corre el riesgo de que los programas, tal y como ocurrió en las iniciativas Carsi” (Central America Regional Security Initiave) y “Alianza para la prosperidad”, no se encuentren coordinados, se concentren más en la lucha contra los efectos que contra las causas, o bien, que estas últimas no estén bien diagnosticadas.
Como presidente electo, Biden tomó la decisión de nombrar a Alejandro Mayorkas como secretario de Seguridad Interior. Este cubano por nacimiento será el primer estadounidense de origen latinoamericano en asumir dicho cargo; en su trayectoria ha sido reconocido por su influencia a favor de la regularización de migrantes en condición irregular en los Estados Unidos, lo que puede ser una buena señal de las políticas migratorias pueden tener un mayor grado de respeto a los derechos humanos. Además, Biden planteó que en los primeros cien días remitirá al Congreso una propuesta de ley dirigida a regularizar la situación de 11 millones de personas que se encuentran indocumentadas en los Estados Unidos. Estas acciones, junto la eliminación de una serie de prácticas de persecución fortalecidas dentro de la administración Trump, brindarían un respiro a los centroamericanos que se encuentran en los Estados Unidos.
Sin embargo, aún queda en la duda razonable sobre las intenciones del nuevo gobierno, dado que precisamente durante la administración Obama se endurecieron las condiciones para los migrantes centroamericanos; quedan en el tapete los tratados de asilo seguro suscritos con Guatemala, El Salvador y Honduras en los últimos dos años que despertaron las agrias protestas de activistas de derechos humanos y sobre los cuales debería darse una nueva discusión sobre su legitimidad y efectividad. Además, no será tan fácil desarrollar estas iniciativas con un Senado dominado por los republicanos, muchos de los cuales han planteado abiertamente su desacuerdo con suavizar las políticas migratorias que tanto éxito electoral le granjearon al presidente Trump.
El vilo de las negociaciones económicas en los Estados Unidos
Si bien la toma de decisiones económicas en los Estados Unidos obviamente no toma en cuenta lo que se pueda experimentar en los países del istmo, lo cierto es que al ser economías vinculadas, políticos y empresarios aguardan con cierta impaciencia y ansiedad la reacción de los mercados a las medidas que tomará la administración Biden en los primeros cien días. Una recuperación de la economía estadounidense constituye un acicate para las centroamericanas, tanto en términos de comercio, como de inversión y turismo. Sin duda este crecimiento se encuentra pendiente de la capacidad de llegar a acuerdos en el Congreso, donde la nueva administración ha quedado con una mayoría corta en la Cámara Baja y pendiente de las elecciones en enero de dos escaños del Senado en Georgia para intentar controlar el Senado. Un congreso dividido, como ha ocurrido en los dos últimos años de la administración Trump, atenta contra la implementación de planes económicos de ampliación del gasto del gobierno y la reforma impositiva planteada por Biden, estas condiciones podrían complicar el levantamiento de la economía estadounidense y, consecuencia, la economía centroamericana.
Asimismo, el proyecto de algunos círculos de seguridad en los Estados Unidos que claman por transformar las cadenas de producción, con el objetivo de que algunos de los insumos más importantes para ciertas industrias se concentren en espacios geográficos más cercanos que los que tuvieron en las últimas décadas (“nearsourcing”), para así evitar el predominio de la producción en los países del Asia-Pacífico, en especial China. Esta iniciativa ha sido visto con esperanza por los gobiernos centroamericanos, dado que podría ser el motor para un flujo más caudaloso de inversión en sus países que genere tanto empleos directos como indirectos. Empero, está por verse que el comportamiento empresarial se pliegue a los intereses de la seguridad nacional estadounidense y que realmente procedan a efectuar un reposicionamiento de sus actividades empresariales a gran escala; igualmente, resulta cuestionable que Centroamérica pueda contar con las condiciones para cierto tipo de producción fabril; aunque se ve favorecida claramente por su cercanía con el mercado estadounidense.
Una conclusión en prospectiva: la variable china
Al lado de estos temas permanentes, se adiciona con cada vez mayor tangibilidad las acciones que los Estados Unidos puedan tomar frente a la mayor presencia de China en la región. En efecto, desde hace dos décadas China ha venido poniendo una mayor atención en Centroamérica, prueba de ello es el establecimiento de relaciones diplomáticas con Costa Rica, Panamá y El Salvador, que llevó a un aumento de las inversiones chinas en infraestructura de logística de transporte y comercio, por ejemplo, en Panamá a gran escala (para 2019, se calculaba un monto de 2500 millones de dólares ubicados en la construcción de dos puertos y cuatro puentes sobre el Canal de Panamá, al tiempo que se estudia la viabilidad de otras obras) y en Costa Rica en una mucha menor proporción; así como la cooperación en otras áreas con esos países.
La reacción de la administración Trump fue dura en este aspecto, con claros signos diplomáticos de disgusto ante la presencia del gigante asiático; asimismo, ha señalado que las empresas chinas representan una pérdida de soberanía para las naciones del istmo y un peligro ambiental. Biden ha recalcado que la posición hacia China no cambiará, pero los métodos, sí. En esta línea, se apresta a establecer una política de contención hacia ella, donde Centroamérica -una clara frontera geopolítica de los Estados Unidos- podría tener alguna relevancia.
Los patrones históricos demuestran que, tradicionalmente, los Estados Unidos dedica mayor atención a Centroamérica cuando percibe como peligrosa la cercanía de otro actor internacional. La estructura internacional reciente, en que se perfila una relación cada vez más competitiva y tirante entre los Estados Unidos y China, ¿transformará a este último en este tipo de amenaza?, ¿será la presencia China el motor para un nuevo periodo de mayor interés y, por ende, de intervención de los Estados Unidos en Centroamérica? Estos son problemas que las nuevas autoridades estadounidenses y las sociedades centroamericanas deberán enfrentar.
En las últimas tres décadas, en muchos círculos políticos, diplomáticos, empresariales y académicos centroamericanos se ha expresado disconformidad por la falta de interés de las agencias estadounidenses en el istmo; ante estas expectativas no cumplidas, siempre cabe cuestionarse si un mayor interés de los Estados Unidos implica un beneficio para Centroamérica.