
No se trata
solo de migrantes: se trata de nuestra humanidad
Mensaje de los obispos mexicanos con motivo del acuerdo entre México y los Estados Unidos en materia arancelaria y política migratoria
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1. MUJERES EN MÉXICO: SUS LUCHAS CONTRA TODAS LAS VIOLENCIAS Y DESIGUALDADES
3. Migración y políticas de atención a poblaciones en movilidad

Migración y Salud Mental: Los Daños del Desprecio hacia las Personas Migrantes y Refugiadas
Patricia Zamudio Grave
CIESAS-Golfo
Creo que, si alguien me contara esta historia, no la creería… pero me pasó a mí.
Hassan Al Kontar, refugiado sirio.[1]
Ciertamente, tal como nos recuerda Hassan Al Kontar, las historias de violencia que escuchamos de boca de personas migrantes y refugiadas son, muchas veces, difíciles de creer. Nos parece que tal desprecio por la dignidad de otros no es propio de los seres humanos. Pensamos, a veces, que tales actos solo pueden ser perpetrados por personas especialmente abusivas o, cuando la violencia es extrema, por personas “locas”. Sin embargo, para quienes nos dedicamos a escuchar y acompañar a personas migrantes y refugiadas, y a defender sus derechos, tales historias pueblan nuestra cotidianidad. A pesar, de ello, no nos entumecemos y nos conmocionan sucesos como el reciente incendio en el centro de detención migratoria del Instituto Nacional de Migración (INM), “Estancia Provisional de Ciudad Juárez”, en el que murieron 40 personas migrantes y hubo, al menos, 27 heridos (ver El País, 2023) entre personas privadas de libertad sin haber cometido delito alguno. Nos conmociona la indiferencia del personal del INM y de custodios de cuerpos de seguridad privada que, a pesar de estar presenciando la situación, poco hacen por liberar a las personas encerradas. Y, más allá del enojo que sentimos ante tal conducta criminalmente negligente, nos indigna que quienes son los últimos responsables -el presidente de México y el Comisionado de Migración, principalmente- desdeñen el hecho y se laven las manos, y no experimenten consecuencias legales, políticas o morales. Nada. Total impunidad. Vemos la movilización de organizaciones de sociedad civil pero, más allá de comentarios empáticos y de indignación en redes sociales, la sociedad mexicana permanece silente.
¿Cómo afecta esta violencia de mil caras, estas violencias múltiples, la salud mental de las personas migrantes y refugiadas? Tal es la pregunta sobre la que quiero reflexionar en este escrito. Cuando pienso en migración, un supuesto básico para mí es la inalienabilidad del derecho de todas las personas a pertenecer, psicosocial, social, política, económica y políticamente -al menos- a la sociedad en la que se encuentran. Dicha pertenencia no se desvanece cuando cambian de un territorio estatal a otro. Desafortunadamente, las leyes y políticas antimigrantes, cuya cruda expresión atestiguamos cotidianamente, niegan esa pertenencia y, más bien, manifiestan menosprecio por las personas que se atreven a pensar en construir su vida en un lugar distinto al de nacimiento.
Una manera como dicha pertenencia se expresa es el reconocimiento (Hegel, 1979; Honneth, 1995 y 2010), el cual “implica que [un] sujeto necesita del otro para poder construir una identidad estable y plena” (Boxó et.al., 2013: 67). Es decir, nos constituimos como seres humanos en relación con otro y con los otros. La estabilidad y la plenitud de nuestra identidad ayudarán a mantener saludables nuestra mente, nuestras emociones y nuestras relaciones. Para que eso suceda, es necesario que pertenzcamos también plenamente a la sociedad en la que construimos (o queremos construir) nuestra vida.
Hegel (1979) y Honneth (1995) proponen que el reconocimiento se manifiesta en tres esferas: amor, derecho y solidaridad. La esfera del amor es la más elemental del ser humano. Su primera expresión es la relación entre la madre y el niño(a), pero se extiende, en el transcurso de la vida, a las relaciones primarias (de amor o amistad). Conforma la autoconfianza de la persona. Si esta esfera es perturbada por el maltrato psíquico o físico, afecta la confianza en nosotros y también en el mundo. Por su parte, la esfera del derecho tiene que ver con la universalidad de los derechos y se caracteriza por las relaciones jurídicas y la responsabilidad moral que compartimos como iguales. Construye el autorespeto. Es perturbada por la desposesión de derechos y por la exclusión. Finalmente, la esfera de la solidaridad surge de la diferenciación -histórica y cultural- entre grupos y comprende la apreciación de las cualidades y capacidades que compartimos con nuestros grupos de referencia y con las comunidades de valor que construimos. El reconocimiento como solidaridad conforma la autoestima de la persona y del grupo; la perturban el trato indigno, la injuria y la estigmatización.
La existencia de estas esferas de reconocimiento en la vida de personas y grupos -el sentirse apreciado, querido; el saber que sus derechos están protegidos; y el saberse apreciado como persona con historia y cultura- constituye una base fundamental para construir y mantener la salud mental de personas, de colectivos y de sociedades (Boxó et.al., 2013).
Las violencias que sufren las personas migrantes y refugiadas (en adelante, PMR) en su movimiento migratorio son expresión de la negación del reconocimiento en sus tres esferas. Es decir, son la expresión del desprecio -o menosprecio- que las políticas migratorias antimigrantes producen y perpetúan, dañando la salud mental de quienes las sufren directamente, y también de quienes las perpetran y de quienes las sustentan legal, política y socialmente. La perspectiva del reconocimiento -y de su contraparte, el desprecio- me ayudará a reflexionar sobre los efectos en la salud mental que resultan de la experiencia migratoria en nuestra región en estos tiempos.
Una definición de salud mental coherente con esta perspectiva es “la capacidad de las personas y de los grupos para interactuar entre sí y con el medio ambiente; un medio [y un producto] de promover el bienestar subjetivo, el desarrollo y uso óptimo de las potencialidades psicológicas, ya sean cognitivas, afectivas, o relacionales. Asimismo, el logro de metas individuales y colectivas, en concordancia con la justicia y el bien común” (OPS, 2014, en Sin Fronteras, 2013: 72). En otras palabras, la salud mental no solo tiene que ver con el individuo y su experiencia íntima, sino con su experiencia de interrelación con otros, con su pertenencia a grupos historizados, con el goce de sus derechos y con su capacidad de proyectarse a futuro, en un juego constante entre sus capacidades personales y las oportunidades y retos que encuentra en su rededor.
Es por ello que las violencias múltiples perpetradas en contra de las PMR, como manifestaciones de desprecio, dañan la salud mental, en el corto, mediano o largo plazos, por las afectaciones emocionales, cognitivas y morales que generan, además del daño físico, cuando sucede. Además, tienen un efecto acumulativo y, aunque alguna puede resultar más impactante, es su combinación y suma lo que va minando la salud mental de quienes las padecen.
Violencias múltiples en tres distintas esferas
El primer tipo de desprecio -con su contraparte en el reconocimiento como amor- corresponde a la integridad física de la persona (Boxó et.al., 2013: 69), a la certeza de la autonomía de su cuerpo, que solo será tocado cuando la persona lo permita y que, en caso de ser agredido en su integridad, podrá defenderse o recibir ayuda de otros. La violencia física que las PMR padecen durante el tránsito, en la detención y en la deportación son la manifestación cruda del desprecio en esta esfera. El testimonio de una mujer migrante que fue violada durante su movimiento lo expresa claramente: “De pronto, el miserable coyote rasgó mis ropas y me violó. Sí... sí. Este asqueroso animal abusó de mí físicamente. Pese a mis forcejeos, nadie me escuchó, nadie intervino para ayudarme. Dios mío, qué asco, nunca me había sentido tan humillada, tan lastimada, quería morirme.” (Vilar y Eibenschutz, 2018: 28). En este testimonio, el abuso de poder de quien se suponía su aliado (por ser su guía) y la indefensión y abandono de sus compañeros de viaje se sumó irremediablemente- al sufrimiento de ser violada sexualmente, con todos los efectos que esto causa en las personas que la han padecido. La clandestinidad a la que fue obligada para migrar la colocó en la situación de sufrir esta violencia. Dañada en su dignidad por el abuso, la confianza en su capacidad de protegerse o de recibir ayuda para hacerlo se vio profundamente minada, al menos temporalmente, por el acto violatorio y por la omisión de sus compañeros de tránsito.
Muchas afectaciones a la salud mental se manifiestan por el riesgo de sufrir violencias durante la migración. El estrés provocado por las condiciones del movimiento es un efecto del estado de alerta permanente en que se encuentran las personas, surgido del saberse en constante peligro a actos criminales, o la necesidad de estar siempre a la defensiva, por el temor a ser detectados y detenidos (ver Sin Fronteras, 2017). Este estado de alerta se suma a las experiencias de violencia que vivieron antes de migrar y que, irónicamente, los llevaron a migrar. En un estudio sobre afectaciones a la salud mental de las personas que atiende, Sin Fronteras (2017) encontró que, “[d]el total de las personas encuestadas, las provenientes de El Salvador y Honduras tienden a presentar índices altos y/o muy altos de síntomas [de estrés…]. Esto puede estar relacionado con los niveles de violencia en que se encuentran [tales] naciones y las condiciones violentas en que vivencian su proceso migratorio” (Ibid: 13). Las consecuencias en la salud mental de las PMR son claras. Los síntomas más comunes que esas situaciones generan en hombres y en mujeres son: estrés, llanto, pérdida de sueño, dolores de cabeza, cansancio, falta de apetito y fatiga (Temores et.al., 2015). Las PMR implementan estrategias de protección a tales efectos, por ejemplo, procurando no pensar en lo que han pasado o lo que les espera durante el día. Desafortunadamente, “por las noches regresa la preocupación, la angustia y la desesperación por la incertidumbre del camino” (Ibid: 230).
El segundo tipo de desprecio -con su contraparte en el reconocimiento como derecho- es producido cuando a la persona “es excluida estructuralmente de la posesión de determinados derechos de una sociedad” (Boxó et.al., 2013: 69). El menosprecio se expresa en la negación de derechos y en el aislamiento social. La estancia en centros de detención migratoria del INM ilustra claramente tal exclusión. La privación de libertad a que son sujetas por cometer una falta administrativa, coloca a las PMR en condición migratoria irregular en un limbo jurídico excluyente. Aunado a ello, las condiciones físicas de los centros y las dinámicas internas dictadas por los agentes del gobierno, profundizan la falta de protección de sus derechos básicos y exacerban el insulto a su dignidad. En condiciones de privación de libertad, tienen derecho a un trato digno, que inlcuye un espacio suficiente, alimentos apropiados, dormitorios y baños, así como el acceso a actividades recreativas. Desafortunadamente, este derecho no es protegido. Sin Fronteras (2013:74) reporta que los migrantes detenidos expresan sentirse “como animales” mientras se encuentran encerrados, principalmente por los espacios reducidos, que se acompañan de hacinamiento y de regulación de actividades básicas cotidianas -comer, dormir, interactuar con otros-. En el monitoreo a estaciones migratorias que realizó el Consejo Ciudadano del INM, en 2026, un migrante detenido expresaba lo absurdo que le resultaba tener que formarse en una fila para realizar la mayoría de sus actividades cotidianas: comer, ir al baño, revisar sus pertenencias, llamar por teléfono (CCINM 2017). Al tener que cumplir con tales reglas, su autonomía es negada. No extraña que muchas de las PMR se pregunten por qué no se les mira como competentes para conducirse y tomar decisiones en la cotidianidad, como cualquier otra persona (Boxó et.al., 2013; CCINM, 2027), por qué no se les mira como iguales morales.
En estas condiciones de violación de derechos y supresión de su autonomía, las afectaciones a la salud mental de las personas son múltiples. En algunos casos el encierro provoca en mujeres estados de exasperación y depresión (Sin Fronteras, 2013). Además de estados de ansiedad y depresión, que llegan a niveles altos y críticos en una alta proporción de personas detenidas (CCINM, 2017: 125), las personas pueden llegar a sufrir trastornos de calidad clínica. Tal fue el caso de un migrante detenido que sufría de ilusiones paranoides. Era su reacción a una situación de violencias acumuladas: escapó de la violencia de su país, en su camino fue perseguido por autoridades y grupos delincuenciales y terminó por ser confinado a un espacio cerrado, con personas desconocidas (CCINM, 2017).
El menosprecio con el que las autoridades migratorias tratan a las PMR, excluyéndolas de derechos básicos fue ostensible durante la pandemia de Covid-19. Por meses, su negligencia hacia la salud de las personas detenidas alcanzó niveles criminales. En marzo de 2020, el INM reportó a 3,059 personas detenidas en estaciones migratorias, sin cumplir con las medidas de dictadas por la Secretaría de Salud para protegerlas de posibles contagios. Debido a la angustia, desesperación y temor frente a la pandemia de COVID-19, se registraron múltiples actos de protesta al interior de las estaciones migratorias (FJEDD et.al., 2020).
El tercer tipo de desprecio, cuya contraparte es la solidaridad, “implica la degradación o menosprecio de los estilos de vida individuales y colectivos” (Boxó et.al., 2013: 70). Las personas solicitantes de asilo están en riesgo de experimentarla más clara y continuamente. Por un lado, los procedimientos mismos las colocan en una especie de limbo vital, al no saber, entre otras cosas, si la resolución será positiva y podrán construir su vida en México o deberán buscar caminos alternativo. Por otro, su extranjería parece poner en cuestión la identidad que habían construido en su país de origen.
En su trabajo con personas refugiadas y en procedimiento de asilo, Sin Fronteras afirma que “[e]s frecuente que muchos de nuestros usuarios, que en su país de origen tenían un alto estatus socioeconómico y cultural, al no poder revalidar sus estudios y hacer valer sus habilidades, se ven obligados a llevar a cabo labores de trabajo manual o de mantenimiento cuando en su lugar de origen eran ejecutivos, profesores u otras profesiones propias de los estratos medios y altos” (Sin Fronteras, 2013: 54).
Otra manifestación del menosprecio que sufren muchas de las personas solicitantes es la discriminación social y cultural por miembros de la sociedad mexicana. Según un reporte de ACNUR (2009), personas de algunas nacionalidades han reportado actos de discriminación y de abuso verbal en contra de ellas o de sus familias. Colombianas, centroamericanas, haitianas y africanas son las que reportan con más frecuencia actos discriminatorios en, por ejemplo, la forma de abuso verbal y amenazas de denuncia de vecinos (hacia ellos o hacia NNA de sus familias). En algunos casos, las personas refugiadas debieron cambiar su domicilio para evitar este tipo de violencia. (Ibid: 18). La discriminación alude directamente a perturbaciones en dos esferas del reconocimiento: la de relaciones cara a cara (amor) y la de solidaridad. Y sus efectos dañan la salud mental. De acuerdo con un estudio realizado en Chile sobre inmigrantes peruanos, la discriminación individual percibida puede producir depresión, principalmente en mujeres (Carreño et.al., 2020: 161). La discriminación como perturbadora de la solidaridad se experimenta por las personas refugiadas -o migrantes residentes regulares- como una muestra de la negación de su pertenencia a la comunidad social, aunque su estancia sea regular y hasta permanente. En este grupo, el efecto acumulativo de las violencias sufridas antes y durante el movimiento, así como en sus procesos de establecimiento (e integración) puede producir “altos niveles de estrés, ansiedad y, en casos extremos, trastornos psicológicos graves” (Sin Fronteras, 2017: 10).
Reflexiones finales
Este breve recorrido por los efectos en la salud mental que tiene el movimiento en personas migrantes y refugiadas pone el foco en el daño que ocasionan las leyes y políticas migratorias a seres humanos de carne y hueso en sus procesos más individuales e íntimos. Es un daño que manifiesta procesos subyacentes de menosprecio a otros seres humanos. Nos cuesta trabajo creerlo y aceptarlo aunque nos interpela, como personas y como sociedad. En segundo lugar, reflexionar sobre la salud mental de PMR con el lente del reconocimiento ilumina la interrelación de ámbitos fundamentales que sustentan la dignidad de la vida humana. Todas las personas queremos sabernos queridas y cuidadas, iguales a otras en derecho y en capacidad moral, apreciadas como miembros de un colectivo con historia y cultura. En otras palabras, queremos sabernos reconocidas como miembros plenos de la sociedad.
Finalmente, abordar los efectos en la salud mental de las violencias múltiples y multifacéticas que sufren las PMR ilumina esperanzas de cambio. Convoquémonos a asumir compromisos que no solamente mejoren la salud mental de las PMR sino la nuestra propia. El reconocimiento se da en interacción, y el desprecio que infrigimos en ellas es un reflejo de nosotros, de nuestros principios y valores. En el ámbito del derecho, hay camino andado: quienes defienden a migrantes y refugiados, utilizan -o retan o intentan cambiar- cotidianamente las reglas jurídicas, buscando favorecerlas. En el ámbito de la solidaridad, podríamos procurar conocer más sobre los grupos de migrantes y refugiados que transitan por nuestro país o que se han asentado en él y aceptar y promover la idea de que la diversidad cultural (y de otro tipo) nos enriquece como sociedad. En el ámbito del amor y del cuidado, de las relaciones cara a cara, podríamos mostrar con nuestras conductas y actitudes personales, y de manera colectiva, que no estamos dispuestas a aceptar la discriminación o el maltrato a las PMR y compartir estas convicciones con quienes no están informados o son indiferentes a su maltrato.
Recordemos, sin embargo, que las PMR no son meramente un grupo vulnerabilizado por las violencias múltiples que sufren. Son personas con historia, gustos y dones. Las estrategias de solución a su problemas que implementan -entre ellas, la migración- y el afrontamiento que construyen, individual y colectivamente, para proteger su salud mental durante el movimiento o en sus procesos de asentamiento deja claro que, como cualquier otro ser humano, saben lidiar con los retos de la vida y están tomando decisiones orientadas a la construcción de sus proyectos. Aliémonos con ellas y aprendamos mutuamente los efectos dignificantes de la pertenencia y del reconocimiento.
Bibliografía:
Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados. 2009. Estudio sobre la Integración Local de las Personas Refugiadas en México. Ciudad de México.
Boxó, José; Aragón, Joaquín; Ruiz, Leonor; Riesco, Orlando; y Rubio, Miguel. 2013. “Teoría del reconocimiento: aportaciones a la psicoterapia.” Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría. 33 (117), 67-79.
CCINM: Consejo Ciudadano del Instituto Nacional de Migración. 2017. Informe Final: Personas en Detención Migratoria en México: Misión de Monitoreo a Estaciones Migratorias y Estancias Provisionales del Instituto Nacional de Migración. CDMX.
Carreño, Alejandra; Blukacz, Alice; Cabieses, Baltica; y Jazanovich, Diego. 2020. “Nadie está preparado para escuchar lo que vi”: Atención de Salud Mental de Refugiados y Solicitantes de Asilo en Chile. Salud Colectiva. Universidad Nacional de Lanús. Chile. 1-16.
Fundación para la Justicia y el Estado Democrático de Derecho; Asylum Access México; Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos; Instituto para las Mujeres en la Migración; Sin Fronteras; y Alma Migrante. 2020. Informe final sobre los efectos de la pandemia e Covid-19 en las personas migrantes y refugiadas. Violaciones a derechos humanos documentadas por organizaciones defensoras y albergues en México. FJEDD: CDMX.
Hegel, Georg Wilhem Friedrich. 1979 System of Ethical Life and First Philosophy of Spirit, Albany, State University of New York Press.
Honneth, Axel. 1995. Struggles for Recognition: The Moral Grammar of Social Conflicts. Cambridge, MIT Press.
2010. Reconocimiento y menosprecio. Sobre la fundamentación normativa de una teoría social, Madrid, España, Katz Editores.
Organización Panamericana de la Salud (OPS). 1996. El Programa de Salud Mental de la Organización Panamericana de la Salud. OMS. http://www.paho.org/mex/?cx=01428377084524020016 4%3Abfrcs_utvfo&q=concepto+de+salud+mental&searchword=concepto+de+salud+mental (Recuperado el 11 de febrero de 2014.) En, Sin Fronteras, 2017. Salud Mental y Movilidad Humana: 20 años de Experiencia, Reflexiones desde Sin Fronteras IAP. Sin Fronteras: CDMX.
Sin Fronteras. 2017. Salud Mental y Movilidad Humana: 20 años de Experiencia, Reflexiones desde Sin Fronteras IAP. Sin Fronteras: CDMX.
2013. La Ruta del Encierro. Situación de las Personas en Detención en Estaciones Migratorias y Estancias Provisionales. Sin Fronteras: CDMX.
Temores-Alcántara, Guadalupe; Infante, César; Caballero, Marta; y Santillanes-Allande, Nadia. 2015. “Salud Mental de Migrantes Centroamericanos Indocumentados en Tránsito por la Frontera Sur de México.” Salud Pública de México. Vol. 57, no. 3, mayo-junio de 2015. 227-233.
Vilar, Eugenia y Eibenschutz, Catalina. 2018. “Migración y Salud Mental: Un Problema Emergente de Salud Pública”. Revista Gerencia y Salud. Diciembre. 10- 32.
Videos en línea:
Video que muestra el incendio de la Estación Provisional de Ciudad Juárez: https://elpais.com/mexico/2023-03-28/un-video-muestra-a-los-migrantes-de-ciudad-juarez-encerrados-en-una-celda-del-instituto-de-migracion-cuando-empezo-el-fuego.html (Consultado el 4 de junio de 2023.)
“I think if someone told me this story, I wouldn’t believe it…but it happened to me”. Hassan Al Kontar tiene 38 años y vive en - British Columbia, Canadá. (https://www.rcrcmagazine.org/2021/06/hassan-refugee-syria-canada/) (consultado el 20 de mayo de 2023.)
Notas:
[1] “I think if someone told me this story, I wouldn’t believe it…but it happened to me”. Hassan Al Kontar tiene 38 años y vive en British Columbia, Canadá. (https://www.rcrcmagazine.org/2021/06/hassan-refugee-syria-canada/) (consultado el 20 de mayo de 2023.)