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2. Panorama internacional

De la competitividad a la “tecno-guerra”
El nuevo perfil de América del Norte y el reposicionamiento geopolítico de México

 
Isidro Morales

Afiliado externo del Centro de Estados Unidos y México, Instituto Baker
Profesor, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

 

 

Entre 2018 y 2022 el mundo entró en lo que se podría llamar una “policrisis” marcando el fin de una era y el inicio de otra, cuyos actores principales y problemáticas apenas se están vislumbrando. Tres disrupciones profundas se entrelazan desde entonces entre sí dando lugar a un entramado complejo cuyos derroteros no son fáciles de visualizar: i) la escalada de la  “guerra comercial” entre Estados Unidos y China que, durante la administración Biden, se ha definido más como una rivalidad científico-tecnológica; ii) la invasión de Rusia a Ucrania el 24 de febrero de 2022, provocando una reterritorialización de las fronteras y alianzas geopolíticas; iii) la relocalización de las cadenas globales de abastecimiento bajo criterios geopolíticos y de seguridad, al menos por parte de Estados Unidos, con el fin de renovar su liderazgo tecnológico y económico. Estos tres retos han modificado el pensamiento estratégico de los Estados Unidos, sobre todo con el regreso de los demócratas a la Casa Blanca con Joe Biden.

En la nueva estrategia de seguridad nacional de la administración Biden, se reconoce que el principal rival geopolítico de los Estados Unidos es China, ya que su revisionismo en política internacional no es compatible con el orden liberal que se intentó globalizar con el fin de la Guerra Fría, y a que la rivalidad tecnológica que mantiene con la Unión Americana busca fortalecer un modelo autocrático e iliberal de gobierno, cuyas manifestaciones de fuerza pueden comprometer el futuro económico y político de sus aliados (White House, 2022). Washington reconoce, sin embargo, que persisten desafíos globales con los que hay que lidiar, como el combate al terrorismo, el cambio climático, las pandemias actuales y futuras, que exigen la acción colectiva y, por tanto, la cooperación multilateral, incluso con los países rivales. En ese sentido, la rivalidad comercial y tecnológica con China no necesariamente se ve como un antagonismo de confrontación, sino más bien una rivalidad que debe conducirse sin llegar a un enfrentamiento militar.

A pesar de que la invasión rusa a Ucrania ha provocado un choque múltiple: energético, económico y geopolítico, Washington lo percibe como un problema regional, que afecta directamente a Europa, aunque hay que revertirlo para contener el expansionismo ruso. La razón por la que Washington no considera a Rusia un rival a la estatura de China, es probablemente porque cuenta con los recursos duros y blandos para contenerlo. La invasión ha hecho la necesidad de la OTAN más apremiante y la presencia del poder militar estadounidense más necesaria en el teatro europeo para mantener los equilibrios en el Viejo Continente. El hecho de que Finlandia y Suecia se conviertan pronto en nuevos miembros de la alianza militar, parece demostrarlo. Estados Unidos ha logrado canalizar recursos financieros y militares al gobierno de Selensky, con fin de resistir la ofensiva rusa. Cuenta además, con una producción creciente de crudo y gas, que lo ha hecho no solo autosuficiente, sino capaz de suministrar dichos recursos a sus aliados europeos con el fin de apoyar el embargo petrolero impuesto a los rusos -y que la misma Europa se apresta a secundar- así como para diversificar las importaciones de gas ruso de las que todavía Europa depende.

Washington ha diseñado una estrategia de tres pilares para enfrentar dichos retos i) la securitización de la innovación tecnológica y por tanto, del comercio de insumos estratégicos de la economía estadounidense; ii) la redefinición de sus alianzas; y iii) la modernización de su ejército. Los primeros dos puntos resultan cruciales para esta nota porque redefinen directamente el peso geopolítico de Norteamérica que, hasta la administración Obama, se había concebido como un bloque para mejorar la competitividad de la región en una era de globalización y desafíos transnacionales, sobre todo el terrorismo.

En efecto, el primer pilar de la estrategia estadounidense vincula la tecnología y el comercio con la seguridad, sobre todo en insumos e industrias clave para la movilidad eléctrica y electrónica, como los microprocesadores, las tecnologías de punta en computación, la biotecnología y las energías limpias. En este rubro, la administración Biden ha borrado la frontera entre la política externa y la interior, con el fin de fortalecer la resiliencia de su propia economía frente al reto chino. Para ello, Washington se ha embarcado en una política industrial de vanguardia, en donde el estado realiza inversiones estratégicas para que el sector privado y los organismos regulatorios pongan en marcha la reconversión de la economía apoyada todavía en la movilidad y el consumo de fósiles, hacia una verde en donde la movilidad y la conectividad descansen más en energía eléctrica generada por renovables.

Es en ese contexto que deben entenderse las tres leyes que ha logrado aprobar el congreso estadounidense durante la primera mitad del gobierno de Biden. La Ley de Infraestructura (LI), votada en noviembre de 2021, que agrupa el mayor volumen de inversión pública (1.2 billones de dólares) a ser desembolsado en cinco años, y que busca modernizar las carreteras, caminos, sistemas de agua potable y de conexión electrónica del país. (NCSL, 2021 y USDOE, 2021). El segundo paquete lo consiguió Biden en julio de 2022, con la Ley de Reducción de la Inflación (LRI), mediante la cual pudo obtener otros 385,000 millones de dólares, desembolsables en 10 años, para apoyar directamente el desarrollo de energías renovables y el impulso de los automóviles eléctricos. Poco después, en agosto de ese año, logró que se votara lo que se conoce como la Ley de Microprocesadores y Ciencia (LMC), que prevé un desembolso de más de 52,000 millones de dólares para impulsar la investigación, producción y desarrollo de los microprocesadores de nueva generación en su país, y así superar el desabasto que la crisis del COVID 19 había generado de estos insumos estratégicos para asegurar la competitividad de la economía estadounidense en la era de la 5G.

En efecto, la LRI y la LMC, incluyen créditos, subsidios y desembolsos tanto para impulsar la generación eléctrica y movilidad de carbono neutro, como para estimular la investigación y el desarrollo de los microprocesadores de nueva generación. En materia climática, la LRI es la más ambiciosa de todas, pues lo mismo da créditos a la producción, a la inversión y al consumo para la generación y venta de energía verde, como para la captura de carbono, el desarrollo de celdas de combustibles, nuevas baterías, y automóviles eléctricos, entre otros (IRA, 2022). Lo más controvertido de esta ley es su carácter proteccionista, ya que busca impulsar las cadenas de abastecimiento internas y, en el mejor de los casos, las de América del Norte o, en algunos casos, la de los países que cuentan con un Acuerdo de Libre Comercio (ALC) con Estados Unidos. En materia automotriz, por ejemplo, los créditos sólo benefician a los vehículos ensamblados en América del Norte, cuyas reglas de origen exigen además incorporar el acero y otros componentes con los que han sido elaborados. Con dicha ley, queda claro que Washington busca proseguir con la desarticulación de las cadenas de suministro que se habían entablado con China, para reconstituirlas con países más cercanos, o ”near shoring”, aunque en la legislación estadounidense se han enmarcado más bien en una relocalización entre aliados, o “ally- shoring”; es decir, con países ubicados ya sea en América del Norte o con quienes se tiene un ALC.

El objetivo de la LMC es mucho más estratégico, pues busca detonar la producción interna de microprocesadores de última generación, a la par de fortalecer la investigación y desarrollo científicos. Con esta ley, Estados Unidos busca elevar su producción interna, reconfigurar las cadenas de abastecimiento bajo los términos arriba mencionados, otorgar créditos de hasta 25% a las nuevas inversiones en este campo, y echar a andar una estrategia de ciencia y tecnología a nivel federal que garantice lo que se ha denominado su “seguridad económica”[1], corolario interno de su estrategia externa que busca mantener la superioridad tecnológica estadounidense sobre China.

La securitización de la innovación tecnológica y del comercio de insumos estratégicos cierra, por tanto, la era de la globalización neoliberal tal y como Washington la había concebido hasta el fin de la era Obama, en el sentido de que las compañías transnacionales eran libres de reubicar sus cadenas de valor con base a las mejores condiciones de los mercados regionales y globales. La securitización de la movilidad electrónica y de la transición energética -exacerbada aún más por la invasión rusa a Ucrania- tienden a redefinir los flujos de comercio e inversión bajo criterios geopolíticos. Esto es lo que explica el nuevo proteccionismo de Washington en sus industrias clave, así como la redefinición de sus alianzas estratégicas.

La rivalidad tecnológica con China y la invasión rusa a Ucrania han obligado a Washington a fortalecer y, hasta ampliar, su alianza militar con Europa y Turquía a través de la OTAN. La imposición de sanciones a Rusia, el desacoplamiento de las importaciones rusas de fósiles que efectúa hoy la Unión Europea, y la urgencia por diversificar los abastecimientos energéticos han fortalecido las relaciones transatlánticas. La creación de nuevos bloques, como el QUAD ( Australia, India, Japón y EE.UU) y el  AUKUS (Australia, Gran Bretaña y EE.UU.), y el llamado Marco Económico del Indo-Pacífico para la Prosperidad (IPEF por sus siglas en inglés), que abre una nueva era de cooperación política y económica entre Washington y 13 miembros de la región, son signos claros de esta nueva era de fragmentación y reorganización geopolítica a través de bloques. ¿En todo este reordenamiento, qué papel le toca a México?

El fin de la Post-Guerra Fría y la nueva estrategia articulada por Washington para enfrentar sus nuevos retos y oportunidades geopolíticas, han abierto una ventana de oportunidad para redefinir la relación que México había fraguado entre 1994 y 2016 con su vecino del norte, sobre todo en torno al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), y que ya había manifestado signos de agotamiento desde la administración Obama. La rearticulación de esta nueva alianza se hará bajo nuevos términos, en donde el manejo de la rivalidad sinoestadounidense, evitando en la medida de lo posible confrontaciones bélicas, será la preocupación central de Washington.

El eje a partir del cual se ha empezado a rearticular la relación bilateral es sin duda el  Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC), ya que por ahora ni la agenda migratoria ni la de combate al narcotráfico de ambos países, cuenta con un común denominador como para redefinir el conjunto de la relación bilateral. A pesar de las limitaciones del T-MEC, el acuerdo encierra un interés común a partir del cual ambos países siguen anclando su futuro económico, sobre todo ahora que Washington ha apostado a la rearticulación de las cadenas de insumos estratégicos bajo el principio de la relocalización aliada.

Estados Unidos ha logrado ya desacoplarse considerablemente de las importaciones chinas de microprocesadores. Como se aprecia en el Gráfico 1, en 2011 el dragón asiático proveyó 40% de las importaciones estadounidenses, mientras que en 2022 apenas eran 6% del total. El gráfico muestra también el papel clave que han jugado los países del Pacífico asiático, sobre todo Corea del Sur, Malasia, Tailandia y más reciente Vietnam, en el desplazamiento de las importaciones chinas. La reubicación de las importaciones chinas se ha realizado en países cuyo comercio gravita en torno al mercado chino, por lo que la administración Biden ha buscado un nuevo acercamiento con dichos países a través del IPEF. México, por el contrario, que llegó a abastecer el 15% de las importaciones de microprocesadores de su vecino del norte, ha sido desplazado por los países asiáticos, ya que en 2022 sólo le proveyó el 2.5%. En otras palabras, a pesar de que México se beneficia de la contigüidad con los Estados Unidos, los países del sudeste asiático como Corea del Sur, Vietnam, Malasia y Tailandia han reducido ya dichas ventajas bajo el principio de la reubicación de cadenas entre aliados.

Gráfico 1. Unidos. Importaciones de semiconductores. Principales países. 1992-2022
Porcentajes

Fuente: Elaboración del autor con datos de United States Census. Foreign Trade. https://www.census.gov/foreign-trade/reference/products/catalog/usatradeonline.html

 

Otras oportunidades se podrían abrir también en el sector automotriz, el más integrado entre los dos países. Conforme a la LRI, a partir de enero de 2023, las baterías de automóviles eléctricos obtendrán un subsidio de 3,750 dólares si el 40% de los minerales críticos que contienen dichas baterías provienen de Estados Unidos o de un país con quien tiene un ALC. Dicho contenido regional se incrementará en 10% durante los años subsiguientes, hasta llegar al 80% a partir de 2027 (USDOE, 2022). En el caso de las baterías con celdas de combustible (normalmente de hidrógeno), podrán obtener un subsidio adicional de 3,550.00 dólares, si cumplen con un contenido regional del 50% también a partir de 2023. Para este rubro, la discriminación comercial es aún mayor, pues el contenido regional se contabiliza sólo para América del Norte, y se elevará progresivamente en los años subsiguientes hasta llegar al 100% a partir de 2029.

Los nuevos minerales y metales críticos son aquellos productos altamente requeridos por su capacidad de acumulación y transmisión de calor o electricidad. Los más importantes son por ahora el cobalto, el litio, los grafitos y los metales raros de la tierra, pero el cobre, aluminio, manganeso y zinc pueden también ser utilizados para la elaboración de baterías para autos eléctricos y microprocesadores. El Cuadro 1 da cuenta de los principales países que en la actualidad abastecen a los Estados Unidos de estos productos estratégicos. Como ahí se aprecia, Canadá por ahora provee más de dichos recursos que México, ya que abastece 21% de las importaciones de grafito de su vecino, 95% de cobre, y 23% de zinc, mientras que por ahora México sólo abastece 7% del grafito y 10% del manganeso. De los países que cuentan con un ALC con Washington, destacan Perú y Chile. El primero abastece el 5% de las importaciones de cobre, pero 77% de las de zinc, mientras que el segundo 52% del litio y 54% de los metales raros. De hecho, Chile y Argentina abastecen prácticamente todas las importaciones de litio requeridas por los estadounidenses.

Cuadro 1. Estados Unidos. Importaciones de minerales críticos para la movilidad electrónica. Principales países. Porcentajes del total.

 

Fuente: Elaboración del autor con datos de  United States Census. Foreign Trade. https://www.census.gov/foreign-trade/reference/products/catalog/usatradeonline.html

Con todo, China sigue siendo un abastecedor clave de minerales críticos para los Estados Unidos. Abastece 47% de sus importaciones de grafito, 50% de las de níquel, 62% de las de cobalto y 23% de las de aluminio. De aplicarse rigurosamente la LRI, habrá una relocalización de dichas importaciones hacia fuentes más cercanas o aliadas, en las que los acuerdos comerciales o las prioridades geopolíticas podrían jugar un papel decisivo. México ya ha empezado a contabilizar sus reservas de litio creando un organismo público desconcentrado, denominado Litio para México, y cuyo objetivo es desarrollar y explotar las reservas de este recurso, así como administrar sus cadenas de valor. Sin embargo, no está claro el desarrollo futuro de dicho organismo, ni su impacto en el desarrollo de las reservas mineras mexicanas.

Varios estudios prospectivos recientes han resaltado el potencial que México tiene para aprovechar la relocalización cercana o aliada que se ha abierto con el revisionismo geopolítico impulsado por China y Rusia; sin embargo, también han resaltado los principales obstáculos para lograrlo, como la incertidumbre que permea el clima de inversiones en el país, derivado de las desavenencias en materia energética que existen con los inversionistas privados y el gobierno estadounidense, así como el clima de inseguridad y la falta de infraestructura -sobre todo en materia de interconexión eléctrica.

Lo más espinoso en materia energética ha sido la modificación de la Ley de Industria Eléctrica (LIE), en marzo de 2021, por la que el gobierno le dio preferencia a su compañía pública, la Comisión Federal de Electricidad (CFE), para proveer el fluido eléctrico en detrimento de los proveedores privados que, hasta antes de la enmienda, competían bajo criterios de mercado en el despacho eléctrico. La enmienda provocó una controversia constitucional promovida por la Comisión Federal de Competencia Económica (COFECE) y los partidos de oposición, que finalmente la Suprema Corte de Justicia desestimó.

Esto hizo que en julio de 2022, Katherine Tai, Representante Comercial de los Estados Unidos, convocara a consultas entre gobiernos, al que posteriormente se adhirió el de Canadá, con miras a someter a arbitraje en el marco del TMEC los cambios realizados a la LIE y otras medidas tomadas por el gobierno mexicano que han afectado las inversiones de su país y asegurado un trato preferencial a las compañías estatales, lo que va en contra de lo pactado en el T-MEC. Los reclamos son por violar los principios de trato nacional y no discriminatorio, otorgado por el acuerdo tanto a los bienes como a las empresas provenientes de los países signatarios, y por el sesgo que ha caracterizado a las decisiones de los órganos reguladores.

Por ahora, la táctica usada por el gobierno ha sido prolongar las reuniones de consulta y revertir selectivamente actos discriminatorios que muestren su voluntad de ajustar sus prácticas administrativas a lo pactado en el acuerdo. Empero, como la modificación a la LIE es incompatible con algunos artículos y capítulos pactados en el TMEC, es muy probable que tarde o temprano se active un panel que la impugne. La apuesta de la administración actual podría ser que un laudo desfavorable a México se emita al final del sexenio, dejando la solución legal del conflicto a la siguiente administración. Violentar el acuerdo o, incluso, provocar que Estados Unidos o Canadá renuncien al mismo por la inobservancia mexicana (no hay que olvidar que el TMEC tiene una validez de 16 años, pero habrá una primera revisión en 2026), será sin duda mucho más costoso que haberse empeñado en revertir las reformas que transformaron el sector energético mexicano antes de la llegada de López Obrador.

Como se puede apreciar, las nuevas opciones que se han abierto a México debido a la securitización tecnológica y comercial que priva en Estados Unidos, derivada de la policrisis y el reposicionamiento geopolítico de América del Norte, podrían ser efímeras si no se logran aprovechar. Para ello, la nueva administración que llegue al poder en México en 2024 y que coincidirá con una renovación de poderes en Washington, deberá tener claro el marco a partir del cual podría acomodar los intereses de largo plazo del país con los estratégicos de su vecino del norte. Apostar simplemente a la reactivación de las exportaciones de insumos en el sector automotriz o de la electrónica, como ha sido hasta ahora, sería prolongar una actitud reactiva que ha prevalecido en la administración actual frente a los Estados Unidos. Similar a la revolución tecnológica que se opera en dicho país, México podría articular una nueva política científico-industrial que haga de la descarbonización de su economía y de la innovación en materia de movilidad eléctrica y electrónica el eje de su articulación con los cambios operados al norte de su frontera.

Referencias:

Bennet, Michael, Senator (Col), “CHIPS and Science Act of 2022 Section-by-Section Summary”,  https://www.bennet.senate.gov/public/_cache/files/4/0/40919cb4-ff63-4434-8ae2-897a4a026b30/7BCDD84F555A6B85BEC800514F1D3AFD.chips-and-science-act-of-2022-section-by-section.pdf

Inflation Reduction Act, (IRA)2022,

https://www.democrats.senate.gov/imo/media/doc/inflation_reduction_act_of_2022.pdf

National Conference of State Legislatures (NCSL), 2021, Infrastructure Investment and Jobs Act, November, https://www.ncsl.org/ncsl-in-dc/publications-and-resources/infrastructure-investment-and-jobs-act.aspx

 

United States Department of Energy, (USDOE) 2021, DOE Fact Sheet: The Bipartisan Infrastructure Deal Will Deliver For American Workers, Families and Usher in the Clean Energy Future, November, https://www.energy.gov/articles/doe-fact-sheet-bipartisan-infrastructure-deal-will-deliver-american-workers-families-and-0

White House, 2022, National Security Strategy, Washington, D.C. Octubre. https://www.whitehouse.gov/wp-content/uploads/2022/10/Biden-Harris-Administrations-National-Security-Strategy-10.2022.pdf

Notas:

[1] Para un análisis desagregado de la LMC, véase Bennet, 2022.

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