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Inseguridad y deterioro de las policías estatales y municipales
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PRESENTACIÓN

 

Elio Villaseñor Gómez

Director de Iniciativa Ciudadana para la Promoción de la Cultura del Diálogo A.C.

El día de hoy refrendamos nuestro profundo compromiso con la democracia y por ello defendemos un sistema electoral que nos cobija a todos y que permite la coexistencia de la diversidad y la sustitución de los gobiernos por vías pacíficas y participativas

José Woldenberg, ex presidente del Instituto Federal Electoral (IFE)

(13 de noviembre de 2022)

 

En las últimas décadas, han sido diversas y hasta emblemáticas las olas ciudadanas que han marcado muchos de los cambios que en el país se han registrado. Han sido movilizaciones sociales que surgieron desde las experiencias de desarrollo comunitario o de índole nacional, las que han influido en las políticas públicas emprendidas por los gobiernos en turno, así como de causas más amplias como la promoción y la defensa de los derechos humanos, o la democracia.

En los ochenta y noventa fueron relevantes, por ejemplo, las olas sociales contra  la carestía de la vida y la represión, la de El Campo no Aguanta Más, por  exigencia de transparencia y rendición de cuentas, la de cuánto gana el  Presidente y la de la observación ciudadana en defensa del voto, entre otras.

En los ochenta y noventa fueron relevantes, por ejemplo, las olas sociales contra  la carestía de la vida y la represión, la de El Campo no Aguanta Más, por  exigencia de transparencia y rendición de cuentas, la de cuánto gana el  Presidente y la de la observación ciudadana en defensa del voto, entre otras.

Con ese espíritu se ha escrito en diferentes capítulos la otra historia del país, la que nace desde abajo y crea puentes de confianza entre los distintos actores partícipes de los cambios que hoy simbolizan con mucho el actual orden institucional mexicano.

Esta fuerza civil está presente bajo una acción propositiva, como actores para defender nuestros derechos y también como impulsores de redes de solidaridad con una amplia diversidad política, cultural, social y generacional que, en su momento, han encabezado las exigencias de centenares de miles de movilizados en todo el país, que encontraron eco en la sociedad y marcaron el camino a seguir para impedir, por ejemplo, la perpetuación del viejo régimen político que marcó a los gobiernos durante los últimos tres tercios del Siglo XX en México.

Ese cambio, transición lo denominan muchos, sintetizó la acumulación memoriosa de las luchas sociales de varias generaciones y movimientos ciudadanos a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, en defensa de las libertades democráticas.

Han sido sendas generacionales que protagonizaron una cruzada labrada en la  memoria con avances y retrocesos, con represión y reformas, con calles tomadas por los ciudadanos de todos los niveles sociales, como los sucesos indelebles de agosto-septiembre de 1968 que fueron sofocados con la tragedia del 2 de octubre en Tlatelolco, que reanudaron su marcha con el Jueves de Corpus del 10 de junio de 1971, también marcada por la represión del Estado.

A esa acumulación histórica de movilizaciones sociales se sumó la trayectoria de los demócratas de larga travesía que dieron las batallas en el plano electoral, sufriendo fraudes y atropellos, pero cuya lucha orilló al Estado a reformar el sistema político-electoral en la década de los setenta, para institucionalizar la pluralidad partidista e ideológica que hoy permea al sistema de partidos y de opciones políticas, así como la maduración de un andamiaje institucional encargado de organizar, realizar y sancionar las elecciones, teniendo el respeto del voto ciudadano como divisa representativa para garantizar la alternancia en el poder.

Sin embargo, en estos momentos en los que algunos gobernantes y políticos buscan que nuestro país retroceda en el terreno de la democracia, en una masiva movilización ciudadana levantamos no solo nuestra voz sino también mostramos una fuerza espiritual de no aceptar ser ciudadanos de segunda clase que sólo obedecemos, sino que demostramos que queremos seguir construyendo una democracia plural, con corresponsabilidad y rendición de cuentas.

La del 13 de noviembre de 2022, fue una manifestación que ratificó la perseverancia, tenacidad y resistencia de los movimientos ciudadanos de corrientes diversas que no estamos dispuestos a renunciar a la conquista de espacios, derechos, leyes, reformas e instituciones, que han forjado los cimientos de nuestra democracia.

En contraparte, la marcha oficial que se realizó es sabido con el soporte del aparato público, equivocó la lucha social con el gobierno, pues a pesar de que es normal que en un país que se precie de ser democrático existan otras voces, es  evidente que el gobierno tiene su propio interés y mensaje. Pero sin duda lo que ocurre actualmente es preocupante y diferente a la vez, sobre todo porque  paulatinamente han ido subiendo de tono los discursos y mensajes desde Palacio  Nacional, pues se rompió la mesura y se deja de lado la prudencia para dar paso a  la intransigencia y la soberbia, cuando lo que apremia es actuar con mucho talento político y tolerancia democrática.

Habrá que ver qué sigue en el corto plazo en torno de la discusión que hace rato inició con la propuesta de reforma electoral propuesta por el Ejecutivo federal y la confrontación, la ausencia de grades acuerdos y con un disenso al parecer de largos alcances.

En el ínter, y a pesar de encontrarnos en un ambiente de encono y divisionismo, con un marcado distanciamiento de las autoridades con la sociedad para buscar soluciones coordinadas para los problemas urgentes del país, hay iniciativas en distintos lugares del país donde no permea ese discurso, sino que los distintos actores públicos y privados buscan acercarse para enfrentar los problemas de manera coordinada y creando esfuerzos comunes donde cada quien asume sus roles en sus respectivos ámbitos de competencia.

Por ello, más allá de la división del país en prácticamente todo tema relevante, se hace urgente el rescate y reorientación de la agenda pública desde la sociedad, aprovechando su resurgimiento y la muestra de capacidad para incidir de nueva cuenta, como reflejo de la manifestación del 13 de noviembre, que revitalizó el llamado poder ciudadano, que no ideológico o dogmático.

Está energía que se respira es parte de esa reserva espiritual dónde los mexicanos hemos demostrado no solo ser solidarios en momentos de tragedias sino también al momento de crear puentes de confianza para solucionar nuestros problemas comunes, sin tener que pedir permiso o la anuencia de los gobernantes, así como alejarnos de la obediencia lacayuna para sumar e impulsar las acciones colectivas que resulten del consenso social.

En ese tenor, es prioritario para la sociedad apropiarse de los temas más urgentes de la agenda nacional para reconducir el debate sobre los asuntos más elementales para los ciudadanos, para lo cual es también preciso replantear la ruta a seguir en el debate de éstos, como un mecanismo para anular los ánimos de sembrar temas, multiplicar distractores cuando surge alguna cuestión que puede capturar la atención nacional y se expande y difunde una narrativa ad hoc desde el atril de Palacio Nacional, en el que todo tema se presenta ante la sociedad desde la visión propia de una problemática particular y la de la percepción y perspectiva presidencial.

En esta lógica de enfrentar desde nuestra trinchera los problemas nacionales, el objetivo último es el de crear un ambiente propicio para el debate y la solución de las múltiples propuestas ciudadanas que sean viables para fortalecer nuestro país, nuestro territorio, que al final de cuentas es nuestra casa común.

Esa tarea obliga a impulsar propuestas y acciones para alcanzar resultados medibles y evaluables en forma objetiva, pero también para apuntar a los responsables de los actuales rezagos estructurales y recurrentes en el país, sobre todo en un escenario complejo y en un ambiente de dispersión, en el que las causas sociales han sido relegadas a un segundo plano.

Por todas estas razones el reto para México y sus ciudadanos es mayúsculo, pues precisamos de proyectos viables y líderes confiables para conducir los proyectos y destinos de los mexicanos, que nos permita alcanzar los elementos de crecimiento, sostenibilidad e inclusión que están conectados, que se refuerzan mutuamente, pero que no siempre tiran en la misma dirección.

En esa empresa la ciudadanía es parte fundamental de ese engranaje, dada cuenta de que existen en nuestro país varias experiencias exitosas en las que esos tres elementos están presentes y que han sido reforzados con la colaboración e incluso a partir de los usos y costumbres, y la búsqueda de las causas comunes y la cohesión del tejido social. Algunas de estas experiencias sobresalientes a lo largo del país han sido las relacionadas con la seguridad, la  formación de los policías municipales y estatales, así como la creación de redes  de coordinación entre cuerpos de seguridad, autoridad y ciudadanía; defensa de  los ecosistemas; centros de apoyos a mujeres golpeadas o acosadas  sexualmente; en defensa de las micro, pequeña y medianas empresas; de lucha

contra la corrupción y la impunidad; de transparencia y rendición de cuentas, entre  las más destacadas.

Frente a los ambientes y torbellinos ideológicos dónde todo se divide y se destruye, retos de estas características y proporciones requieren reconstruir las capacidades institucionales del país, la irrupción de liderazgos sensibles a los problemas globales, nacionales y locales de la gente. Se requiere de una visión de Estado y una acción colectiva y ciudadana sin precedentes, como única vía que nos enriquezca y fortalezca como sociedad que no sólo exige y propone, sino que  suma y construye.

Es una ruta que desde la trinchera de la sociedad atisbamos como clave para resolver los problemas de inseguridad, salud, educación y economía, entre otros, pues no hay mejor camino que el de vincularse todos los actores públicos y privados, a la par de la acción gubernamental.

En ese objetivo nacional, estamos a tiempo de que los mexicanos trabajemos desde la sociedad civil, encumbrando liderazgos capaces, renovados y visionarios, para trazar un camino de certidumbre que haga viables los elementos citados de crecimiento, sostenibilidad e inclusión, como red social de protección tan necesaria para cerrar las brechas de desigualdad, de falta de oportunidades y de pobreza.

Se trata de impulsar una novedosa acción colectiva que parta desde lo local y lo regional hacia lo estatal y lo nacional, enfocada a reformular el contrato social para fortalecer la democracia, el sistema de administración, procuración e impartición de justicia, de garantías de la seguridad e integridad de la ciudadanía, así como de promover los valores de corresponsabilidad y rendición de cuentas, con el fin de revertir un daño mayúsculo al progreso nacional, pero principalmente social, que hoy se halla en grave riesgo.

Pero, sobre todo, la acción ciudadana deberá estar dirigida a inhibir aquella gran  máxima de Nicolás Maquiavelo, de que la política es amoral y que bajo esa lógica todo se vale si la pretensión es arribar al poder.

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