
No se trata
solo de migrantes: se trata de nuestra humanidad
Mensaje de los obispos mexicanos con motivo del acuerdo entre México y los Estados Unidos en materia arancelaria y política migratoria
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1. MUJERES EN MÉXICO: SUS LUCHAS CONTRA TODAS LAS VIOLENCIAS Y DESIGUALDADES
1. Economía, remesas, política energética y social

México: Entre un liderazgo discutible,
el T-MEC y la COVID-19
Tony Payan
Director del Center for the United States and Mexico en el Baker Institute
Rice University
Introducción
Desde principios de su campaña en el 2016, el presidente Donald Trump cuestionó severamente el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN), argumentando que era “uno de los peores acuerdos” jamás concluido por los Estados Unidos (Casa Blanca, 1 de Octubre de 2018)[1]. Su promesa fue renegociar el tratado bajo términos más favorables a su país. Así pues, ante el empuje del Ejecutivo estadounidense, las renegociaciones comenzaron y se prolongaron no solo hasta el 30 de noviembre de 2018, cuando se firmó el acuerdo por los tres países de Norteamérica—México, Estados Unidos, y Canadá—en Buenos Aires, Argentina, sino hasta después, ya en 2020, cuando Estados Unidos pidió a México mayores concesiones mediante el llamado Protocolo de Enmienda, en el cual México quedaba obligado a tomar una serie de medidas laborales diseñadas para reducir la competitividad salarial de sus trabajadores vis-à-vis los trabajadores de Estados Unidos (CRS 10 de enero de 2020)[2]. El acuerdo, ahora conocido como T-MEC, ha entrado ya en vigor, a partir del 1 de julio de 2020.
Por supuesto que el TLCAN se encontraba ya en necesidad de actualización y modernización. Durante las casi tres décadas, desde principios de los 1990, cuando el acuerdo fue negociado, se habían dado cambios importantes en la economía y el comercio mundial que habían hecho que el TLCAN se viera cada vez más obsoleto como marco normativo para la integración económica y comercial del continente.
Ahora bien, la actualización y la modernización del TLCAN se hubiera cumplido mediante el acuerdo de Asociación Transpacífico (Trans-Pacific Partnership, TPP), de la cual los tres socios iban a ser miembros. El TPP hubiera hecho la renegociación del TLCAN algo prácticamente innecesario, precisamente porque el primero proveía un marco más moderno y amplio para estimular el comercio norteamericano dentro de un cuadro internacional más vasto—12 países alrededor de la cuenca del Océano Pacífico. Sin embargo, el presidente Trump abandonó ese acuerdo desde el primer día de su administración y ya no quedó otra opción a México más que negociar con Estados Unidos (y Canadá) el nuevo pacto—y no por iniciativa propia, sino del mismo Trump.
En este punto, se encuentra uno de los principales pecados originales del T-MEC—que se negoció no a partir de la necesidad intrínseca de modernizar el acuerdo, o motivado por los méritos de una relación comercial mutuamente beneficiosa, sino a partir de los ímpetus nacionalistas y proteccionistas de Donald Trump y su necesidad de protagonismo político. Ahora bien, para ser justos, México realmente no tenía otra opción. Su papel era simplemente armar su mejor equipo de negociadores y enviarlo a las mesas de trabajo, buscando fundamentalmente defender su acceso al mercado de EUA lo mejor que se pudiera.
Tanto el presidente Peña Nieto como el presidente López Obrador—a pesar de las críticas de este último al llamado “neoliberalismo”—tuvieron la misma postura: Rescatar el tratado a como diera lugar, a sabiendas de que la iniciativa no era de México, sino de los Estados Unidos. Al final, el texto del nuevo acuerdo rescata alrededor del 80% del viejo acuerdo, y es mejor en ciertos rubros—tales como el comercio electrónico que prácticamente no existía hace tres décadas, aunque también es peor en otros rubros.
Del lado de lo bueno se encuentra la normatividad del comercio digital, algo fundamental en el siglo XXI. Finalmente, gran parte del comercio de hoy en día tiene que ver con el intercambio de bienes y servicios que viajan y se consumen electrónicamente. Otro avance es la protección de la propiedad intelectual, que se profundiza. Y hay nuevas protecciones laborales y medioambientales, lo cual pudiera también ser un avance, aunque mucho dependerá de su interpretación e implementación en el futuro.
Del lado de lo negativo, en algunos aspectos, sobre todo aquellos que fueron objeto de las fijaciones de Donald Trump, el T-MEC es realmente peor, incluyendo el hecho de que deja intactos los aranceles sobre el acero que había impuesto Estados Unidos desde antes de finalizadas las negociaciones; eleva los porcentajes de las reglas de origen; obliga a renegociarlo cada seis años, insertando mayor incertidumbre con respecto a su permanencia; debilita los mecanismos multilaterales para la resolución de disputas; y da mayor injerencia al gigante del norte sobre los asuntos domésticos de la económica mexicana, tales como el establecimiento de grupos que deben tener acceso a verificar que México esté cumpliendo con ciertos condicionamientos laborales; así como interesa una prohibición indirecta a México de estrechar sus lazos comerciales de manera formal con China (Cláusula 32.10).
Es decir, el tratado es, grosso modo, mucho de lo mismo y, en ciertas cosas, mejor, pero en otras cosas, peor. La mejor señal de los límites del tratado es el humor poco celebratorio alrededor de la conclusión de la renegociación, su entrada en vigor y, por otro lado, los respiros de alivio de que esto por lo menos ya pasó.
El T-MEC y la economía mexicana
Ahora bien, la pregunta central a partir de este 1 de julio es si el T-MEC puede ayudar a que México se sobreponga a la crisis económica que se venía gestando ya desde 2019, acelerada por la crisis sanitaria del COVID-19. Es decir, ¿puede el T-MEC ser el impulso que va a necesitar la economía mexicana para recuperarse en los próximos años? La administración del presidente López Obrador parece pensar que sí—y seguramente esto es lo que ha orillado al Ejecutivo a pensar en visitar al presidente Donald Trump en julio 2020.
La respuesta a esta pregunta es compleja, por supuesto, pero un análisis de las condiciones presentes indica que no: El T-MEC no será suficiente para que México logre sobreponerse a la crisis económica ya que causa estragos en el país. Veamos por qué.
La certidumbre del nuevo acuerdo vs. la incertidumbre del nuevo gobierno
Hay varias razones por las cuales se puede argumentar que el T-MEC no bastará para que México se recupere de la crisis presente. Primero, el tratado no es fundamentalmente innovador. Sí es más amplio en algunos aspectos, pero dista mucho de tener la carga propulsora que tuvo el TLCAN en su momento. El TLCAN logró elevar el comercio binacional de alrededor de $40mmdd a principios de los 1990 a $500mmdd una década después.
El TLCAN efectivamente rompió el molde y amplió el espacio para que las economías del continente se integraran aceleradamente. Los espacios que amplía el T-MEC para que se dé una mayor integración comercial de la que ya existe no son muchos, pero sí reduce otros. En el T-MEC, por ejemplo, no hay un apartado exclusivamente para la integración de los mercados laborales. Algo así hubiera sido realmente innovador.
Segundo, cualquier acuerdo como el T-MEC, que no es autoejecutable, es decir, de aplicación directa e inmediata, debe traducirse en legislación y luego en regulación, lo cual implica, a su vez, interpretación. Este proceso implica, pues, que existe un período en el cual se van dirimiendo los diferendos sobre lo que el texto del acuerdo dice o deja de decir. El TLCAN tardó por lo menos dos años en este proceso, para que pudiera dar toda la certeza que iba a dar a la interacción comercial y de inversión. El T-MEC seguramente va a pasar por un proceso de interpretación similar, para despejar finalmente dudas y dar respuesta a varias preguntas. Los abogados y los contadores seguramente tendrán mucho trabajo sobre este tiempo de interpretación.
Tercero, el estilo de gobernar tanto de Trump como de López Obrador interfiere con y cancela la certidumbre que el acuerdo pudiera proporcionar a partir del 1 de julio. En muchos momentos, basados en política o ideología, ambos presidentes han demostrado una cierta capacidad de sembrar tumulto en los mercados, imponiendo aranceles, declarando guerras comerciales, cancelando proyectos, haciendo declaraciones controvertidas, fustigando al sector privado y menguando las instituciones reguladoras del mercado, etc. Es decir, los liderazgos políticos mismos se van a encargar de suprimir, mediante sus acciones, cualquier certeza que el tratado pueda producir para los mercados.
En el caso de Trump, esto generalmente tiene que ver con los aranceles y guerras comerciales; en el caso de López Obrador, el problema se refleja en la lucha intestina que sostiene con el empresariado mexicano y la caprichosa cancelación de proyectos como el aeropuerto internacional de la Ciudad de México y la cervecería de Constellation en Mexicali, así como los cambios regulatorios en la generación de electricidad, entre otros. La exigencia del empresariado y los inversionistas es reducir la incertidumbre en la economía para que esta pueda operar con base en reglas claras, reduciendo así los vaivenes que las dudas sobre Norteamérica puedan originar. Alguno que otro empresario me comentó alguna vez: “Podemos vivir con malas o con buenas reglas, mientras sepamos cuáles son las reglas. Con lo que no podemos vivir es con la incertidumbre”.
Así pues, mientras el gobierno mexicano no establezca las reglas del mercado claramente, seguirá ahuyentando la inversión extranjera y minando la capacidad del país de regresar a un lugar privilegiado entre los países con mayor atracción de capital—un rango del cual México ha caído en los últimos dos años hasta encontrarse fuera de la lista de los 20 países más atractivos.
La cláusula “China” del T-MEC
Ante la cambiante política pública en los Estados Unidos y el aparente fin de la idea de una plataforma norteamericana, integrada y competitiva, es evidente que México debe buscar diversificar sus relaciones comerciales. Su excesiva dependencia del mercado estadounidense lo hace muy vulnerable a los caprichos de un presidente como Trump. Sin embargo, el nuevo T-MEC no amplía esa posibilidad, sino que la reduce. La llamada “Cláusula China,” o la sección 32.10, claramente establece, sin mencionar a China, que ninguno de los firmantes del acuerdo podrá concluir tratados con países que no tengan economía de mercado. Eso, por supuesto, lleva una dedicatoria: China. Así pues, si México quisiera de alguna manera invitar a China a invertir en México, cualquier acuerdo formal pudiera atraer la atención de Washington y las sanciones que este considere pertinente. En cierta manera, México, en este tratado, es más dependiente de una relación comercial que bajo el TLCAN.
La rivalidad Estados Unidos-China y las oportunidades futuras
Aun así, México no es ajeno al escenario geoestratégico que hoy se desarrolla cada vez más aceleradamente. Estados Unidos, con Trump, pero seguramente con cualquier otro presidente, busca desvincular su economía de la de China. Sin duda, la construcción retórica de China como el rival principal de Estados Unidos se encuentra en pleno proceso. Esto implica la decisión de desligar la economía de Estados Unidos de la de China, una decisión que al parecer ya está tomada. Poco a poco, Estados Unidos ha ido tomando medidas importantes para reducir su dependencia de las exportaciones de China y obligar a muchos otros países a tomar partido. México, por obvias razones, ya tomó partido al firmar el T-MEC—con Estados Unidos.
Pese a esto, el T-MEC da a México una oportunidad estratégica en la rivalidad Estados Unidos-China. No es absolutamente inevitable que México pueda aprovechar su posición dentro del bloque norteamericano y el mismo acuerdo comercial para invitar a las inversiones chinas al país—sin necesariamente tener que concluir un acuerdo comercial de manera formal. Para China, tener un pied-à-terre en Norteamérica sería muy ventajoso, y México podría jugar ese papel. Mudar muchas de sus operaciones manufacturas a México volvería a convertir a China en el cuarto socio no nombrado del T-MEC, porque podría continuar accediendo a los mercados estadounidenses desde la plataforma mexicana.
La habilidad política y diplomática de México para convertirse en el receptor de las inversiones chinas dentro de Norteamérica, sin embargo, no parece estar a la altura o ser suficiente para dar paso a un plan bien pensado y bien estructurado para beneficiarse del divorcio comercial entre Estados Unidos y China. México requeriría de una mayor capacidad de negociación y, sobre todo, de un ambiente de negocios abierto y sólido, a partir de leyes propias y no a partir de un cumplimiento mínimo de lo que exige un acuerdo comercial con Estados Unidos y Canadá. Para menoscabo del país, la administración de López Obrador no ha mostrado ni la habilidad ni la capacidad estratégica para implementar tal plan, ni la voluntad política de proveer un ambiente estable interno que pudiese hacer a México mucho más atractivo al capital asiático.
Crisis y recuperación lenta
Finalmente, las condiciones de la crisis por la COVID-19 han debilitado mucho más a la economía mexicana de lo que se había esperado y van a debilitar aún más el mercado interno que ya existe, al socavar el poder adquisitivo de la población mexicana. La economía mexicana va a retroceder un 10.5% en su PIB en 2020 y ya nadie espera que esta se recupere inmediatamente. Al contrario, la salida de la crisis va a ser lenta y, en el proceso, es posible que se pierdan muchas de las ventajas de la economía de exportación, la cual va a tener que reconstruirse a partir de un entorno comercial mucho más débil. Esta situación no puede resarcirla un acuerdo comercial. El T-MEC no es una panacea; es un instrumento, entre muchos, para lograr que México se recupere, pero esto no podrá suceder si el país continúa en una ruta de incertidumbre y un ambiente político polarizado.
Conclusión
Es fundamental que el gobierno de López Obrador dé un golpe de timón, dimensionando correctamente lo que el T-MEC puede o no puede hacer. La visita del presidente mexicano a Washington lleva implícita la idea de que el T-MEC es una tabla de salvación para el país. No lo es. Y no puede ser. Y no está diseñado para serlo. Es un instrumento que puede ayudar mucho, pero no se puede monetizar, si no viene acompañado de políticas públicas que den absoluta certeza a las inversiones nacionales y extranjeras para que estas puedan impulsar la economía a una más pronta recuperación.
Notas:
[1] Ver Casa Blanca. Remarks by President Trump on USMCA Agreement. https://www.whitehouse.gov/briefings-statements/remarks-president-trump-united-states-mexico-canada-agreement/.
[2] Ver CRS. USMCA Labor Provisions. https://crsreports.congress.gov/product/pdf/IF/IF11308.