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3. DESAFÍOS EN EL COMBATE A LA VIOLENCIA DE GÉNERO
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Foto de EneasMx via Wiki Commons

2019, ¿año de inflexión? El feminismo mexicano en el contexto del hartazgo

 
Dana Corres*

2019 ha sido un año convulso respecto a las manifestaciones de las mujeres en México. No es que fueran las primeras, ya en 2017 salíamos a la calle unos días después del feminicidio de Lesvy (cuyo nombre y cuya cara son ya un símbolo, me atrevería a afirmar, para la exigencia de justicia en la Ciudad de México), porque el feminicidio en este país no se acaba cuando te matan, ni siquiera cuando encuentran a tu feminicida…

 

El feminicidio es un proceso que toca no solo a quien se mata por ser mujer, sino a toda una familia y a todas las mujeres que nos vemos reconocidas en esa mujer que fue asesinada. Al final, ese es el mensaje y esa es la consecuencia buscada (y lograda) en las mujeres: que tengamos miedo de salir a la calle y de ocupar el espacio público. ¿Por qué? Porque en ese espacio se perpetúan dinámicas de poder y de control que son aprendidas desde lo social: cómo vestimos, a qué hora nos movemos, cómo nos comportamos; estas dinámicas de poder se asocian a lo que conocemos como violencia de género, acoso y abuso sexual en el espacio público.

 

Sí, tenemos miedo de salir a la calle y al ver a Lesvy o a cualquier otra nos reconocemos en la estudiante, la mujer trabajadora, la madre de familia. Compartir el género como una clase nos permite reconocernos en cualquier otra: sea blanca, sea pobre, sea indígena. Nada nos salva de esa violencia porque todas somos mujeres.

 

El miedo es una construcción social que actúa como una forma de control, dominación y discriminación[1], además, el miedo no es igual en todas las personas, sino que se forma a partir de categorías interseccionales: raza, clase, género, edad, etcétera. La seguridad y la percepción de la seguridad de las mujeres y las niñas les hace autolimitar su movilidad, el uso que hacen del espacio público y, por lo tanto, las oportunidades laborales y económicas a las que tienen acceso por miedo a sufrir violencia o abuso sexual. El miedo restringe la movilidad, limita opciones de viaje, influye en sus decisiones sobre dónde trabajar y/o estudiar y reduce el uso de determinados servicios y horarios de estos. Por miedo muchas deciden no salir de casa[2].

Lesvy es la prueba de que la violencia feminicida no termina cuando te matan, sino que continúa en una suerte de laberinto infinito de violencia en las instituciones que, sobra decir, son lideradas y comandadas, en su mayoría, por hombres.

¿Por qué se filtraron datos que solo corresponderían a la fiscalía? ¿Por qué se difundió la mentira de que Lesvy se había suicidado? ¿Por qué se regó como pólvora en redes sociales (nuestra nueva esfera de lo público) que Lesvy era drogadicta, loca y “mala” mujer”? Porque el Patriarcado como sistema de opresión, discriminación y violencia contra las mujeres lo permea todo: nuestras instituciones, nuestros medios, nuestras redes sociales. Porque el pacto patriarcal lleva a que los hombres en todos esos espacios encubran y tapen esa violencia que cometen aquellos de su misma clase (la de los varones). El sistema está creado para que sea de esa manera.

 

Como el de Lesvy, miles de feminicidios más desde hace años… y quién sabe cuántos más porque antes no los contábamos. No teníamos a la teoría feminista y al movimiento social y político que tenemos hoy. Los asesinatos de mujeres por ser mujeres no son nuevos, llevan miles de años sucediendo; lo que es nuevo es el “feminicidio” como un concepto que reconoce que nos matan por el sexo con el que nacemos y que no tenemos posibilidad de escoger.

 

2019 ha sido un año convulso en la Ciudad de México: tenemos a la primera mujer gobernadora electa por un cargo de elección popular en una de las ciudades más grandes e importantes del mundo.

 

Quizá por eso mismo es que las mujeres hemos elevado la exigencia, porque creemos que una mujer en el gobierno es capaz de entender a la perfección la problemática que vivimos todos los días en la calle. En febrero nos organizamos para decir basta ante una creciente ola de denuncias en las redes sociales (ante la falta de instituciones que nos protejan y a donde podamos acudir a denunciar) de intentos de secuestro en las calles y en las inmediaciones del metro. Otra vez leímos con terror a amigas, compañeras, conocidas y mujeres como una contando cómo habían podido escapar de hombres dispuestos a llevarlas.

 

Siendo ya octubre de 2019 (casi 10 meses después) seguimos sin saber si, como lo suponíamos, se trata de redes de trata organizadas o si es un fenómeno específico que habríamos bien en investigar, explicar y entender para prevenir y erradicar. Ante el miedo, esta vez también nos manifestamos y organizamos por primera vez durante la actual administración: lanzamos una convocatoria pública para que las mujeres denunciaran sus casos de intento de secuestro.

 

La respuesta nos dejó frías: denuncias desde finales de los años noventa, y que incrementaban en incidencia desde 2017. Es importante recalcar que nosotras como organización (Futura: mujeres + ciudad + datos) sabemos que no contamos con cifras oficiales y que no hay forma de probar que es un fenómeno en crecimiento.

 

Lo que sí podemos mostrar es que son muchas las mujeres denunciando, que el delito tiene años sucediendo y que las mujeres dejaron de denunciar ante las autoridades y empezaron a hacerlo en redes sociales no en un ánimo de buscar justicia (inalcanzable, a decir verdad) sino para poner sobre aviso a otras mujeres.

 

En abril de 2019, las redes hirvieron de nuevo: una denuncia a un conocido escritor desató cientos de otras denuncias a hombres sobresalientes, conocidos, famosos y exitosos en todos los ámbitos: actores, productores, poetas, activistas, CEO, publicistas… lo que se te ocurra. Fue nuestro #MeToo.

 

A mi parecer, se convirtió en una suerte de “elevación de la conciencia” (conciussness raising), término acuñado por el feminismo radical en la década de los setenta en Estados Unidos. Dicha elevación se refiere a “el proceso a través del cual el análisis feminista radical contemporáneo de la situación de las mujeres toma forma y se comparte”[3].

 

Es decir, estas sesiones, que en su principio fueron tomadas por los hombres de izquierda como “terapia” o espacios donde “las mujeres podían desahogarse” (claro, con toda condescendencia). Pero verán, dichas sesiones fueron poderosas porque a modo de compartir lo que vivimos (cosa que nunca se nos enseña a hacer porque debemos ser discretas y recatadas según las reglas impuestas de la feminidad), nos encontramos con otras viviendo exactamente lo mismo: las mismas violencias, la misma opresión, la misma discriminación. Poderosas formas, repetidas una y mil veces en todas las mujeres que se sentaban en ese espacio.

 

Allí es donde nace la frase “lo personal es político”[4] acuñada por la periodista musical Carol Hanisch en 1969 y que se convertiría en una frase tan popular para, incluso, deformar su significado inicial: lo que nos pasa a las mujeres no son casos aislados con nuestras parejas, se enmarca e inserta en un sistema de opresión que nos oprime por el sólo hecho de ser mujeres.

 

Ahora tenemos a las redes sociales y, en vez de encontrarnos hablando de lo que nos pasa en mesas redondas como en el Movimiento de la Liberación Femenina de las décadas de los sesenta y setenta, lo difundimos mediante hashtags y conversaciones públicas. Recuerdo ese HT de 2016 llamado #MiPrimerAcoso, recuerdo darme cuenta de ese primer acoso sexual llevado a cabo por un primo, un acoso que bloquee de mi mente por ser un recuerdo doloroso. Como yo, miles de mujeres recordando sus primeros acosos.

 

Pasó igual con el MeTooMx, pero, además, ante la falta de justicia expedita, nos vimos en la necesidad de denunciar en las redes sociales a hombres conocidos y reconocidos en nuestros ámbitos de trabajo y hacerlo protegiéndonos las unas a las otras por medio de protocolos y mecanismos. Eso no bastó, por supuesto.

Vivimos en persecución total por denunciar las violencias que vivimos y por atrevernos a alzar la voz. No deja de ser increíble, sin embargo, tener que llegar a eso: a generar los mecanismos entre nosotras que el Estado ha sido incapaz de garantizarnos una vida libre de violencia machista. Lo poderoso, sin embargo, fue eso: darnos cuenta de que eso que te pasó con tu exjefe o con tu marido, o con tu novio, o con tu colega... no fue un caso aislado sino que “lo personal es político”.

La última coyuntura vino en agosto. Una joven de 17 años denunció haber sido violada por elementos de la policía. El video se filtró a medios y también su carpeta de investigación. Gracias a eso, la chica decidió retirar su denuncia. El mismo mecanismo de intimidación de nuestras instituciones patriarcales. Ni siquiera ser mujer policía te salva de ello (desde este año el Consejo Consultivo de la Ciudad de México está revisando[5] casos de mujeres policías víctimas de violencia por parte de sus contrapartes masculinas, los casos son terribles y los mecanismos de violencia son iguales a los que vivimos todas).

 

 

Denuncias sin consecuencias de hoy y ayer

 

Esto provocó la ira de las mujeres que llevan años acompañando a mujeres víctimas de violencia que se han atrevido a denunciar. Primero en una manifestación afuera de la Fiscalía aventaron brillantina en la cara del, entonces, Secretario de Seguridad Pública Jesús Orta, una imagen que quedaría grabada en los anales de las redes sociales a través de memes.

 

Nuestra gobernadora contestó diciendo que no caería en provocaciones (como si estar enojadas y hartas por toda la violencia que vivimos fuera una provocación). Acto seguido convocamos a una marcha y nos apostamos un viernes en la Glorieta de los Insurgentes (afuera de las instalaciones de

En algún punto vi a una mujer sosteniendo el cártel de su hija víctima de feminicidio sonriendo ante esa imagen. Allí me quedó todo claro, ¿cómo no prenderlo todo cuando te han quitado a tu hija? Esa mujer era Lidia Florencio, mamá de Diana Velázquez[6] (lo supe después cuando la etiquetaron en mi foto de Facebook), con quien pude platicar días después y me dijo que le gustó la foto porque era muy diferente y salía riendo.

 

La violencia feminicida no es nueva, llevamos conviviendo mediáticamente con ella más de 20 años (desde las Muertas de Juárez). Luego esa violencia se extendió y hoy convivimos con ella también a través de la trata, de las desaparecidas… Fue gracias a las Asesinadas de Juárez que pudimos empezar a poner el tema en el debate público y tuvieron que pasar casi 10 años para que tuviéramos una Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, de la cual se desprende la Alerta de Violencia de Género.

 

Ese puede ser el nuevo gran impasse que viviremos a finales de 2019 y principios de 2020. ¿De verdad funciona? ¿Dónde están los recursos? ¿Por qué si hay más de 18 Estados con Alerta de Género es que los feminicidios y la violencia no parece parar? En la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum se ha visto obligada a activar la AVG por mandato de un juez, no sin antes mencionar que tenemos que debatir acerca de este mecanismo y preguntarnos si no necesita revisarse y mejorarse. Porque como muchas cosas en México, creemos que con un papel basta con que las cosas suceden. Creamos leyes generales que se quedan en papel a nivel nacional sin que tengan forma de ser mejorados o aterrizados en realidades locales y que, como con la AVG, parecen no tener el impacto que se busca.

Las mujeres seguimos en ello, ¿cuándo dejaremos de tener miedo?

*Dana Corres es comunicóloga especializada en temas medioambientales y de movilidad urbana sustentable con perspectiva de género. Feminista radical.

 

[1] Soto Villagrán Paula. (2017). Diferencias de género en la movilidad urbana. Las experiencias de viaje de mujeres en el Metro de la Ciudad de México. Revista Transporte y Territorio, 16, 127-146.

[2] Chant Sylvia, Datu Kerwin. (2011). Urban prosperity doesn't automatically mean gender equality. 19 de septiembre de 2018, de Global Urbanist. Disponible en http://globalurbanist.com/2011/09/27/urban-prosperity-doesnt-automatically-mean-gender-equality

[3] MacKinnon, Catharine (1995). Hacia una teoría feminista del Estado. Madrid: Cátedra.

[4] Hanisch, Carol. 2006. The Personal is Political. Disponible en: http://www.carolhanisch.org/CHwritings/PIP.html

[5] Dominguez, Pedro. (2019). Con comisión, van contra violencia hacia mujeres policía en CdMx. Milenio , https://www.milenio.com/politica/comunidad/cdmx-crean-comision-violencia-mujeres-policias.

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